Pese a los avances que ha realizado la ciencia en posicionar la importancia del juego en el bienestar y desarrollo académico para los niños/as, un reciente estudio en Chile concluyó que la primera infancia está jugando poco producto de las creencias de los padres y educadores en torno a este tipo de actividades. 

Es numerosa la literatura científica que comprueba que el juego y el aprendizaje son dos grandes aliados. Para Smith (2010), por ejemplo, jugar es un proceso natural de los niños y niñas, caracterizadas principalmente por la espontaneidad, el goce y el autoconocimiento. Por otro lado, no podemos dejar de referirnos a L.S Vigotsky (1896-1934), quién de forma pionera tildó el juego como un instrumento, un recurso socio-cultural y un elemento impulsor del desarrollo mental del niño/a, que facilita el desarrollo de las funciones superiores del entendimiento tales como la atención o la memoria voluntaria; según sus propias palabras, “El juego es una realidad cambiante y sobre todo impulsora del desarrollo mental del niño”.

Asimismo, al utilizar un objeto que representa a otro, los niños y niñas se ejercitan en el uso de símbolos, lo que ayuda a desarrollar el pensamiento abstracto y practicar el vocabulario (Orr y Geva, 2015). De mismo modo, a través del juego, los y las niñas aprenden estrategias de resolución de problemas y desarrollan habilidades de regulación y flexibilidad cognitiva (Karpov, 2005; Singer et al., 2009).

Generar conciencia sobre nuestras creencias en torno al juego 

Es sabido que la crianza en general está ampliamente permeada por las creencias, los valores y el conocimiento de los integrantes del entorno. De este modo, las creencias de los adultos sobre el juego y su valor pueden estar relacionadas con la forma y la frecuencia con que los adultos promueven estas acciones lúdicas y formativas con sus hijos/as (Hamilton et al., 2015). En otras palabras, es muy probable que los padres y madres que tienen mayor conciencia sobre los beneficios de este tipo de actividad lo integren en su cotidianidad. En el caso contrario, si existe la creencia de que el juego tiene un bajo impacto en el aprendizaje, es posible que opten llevar a cabo acciones más académicas, como la memorización y la escritura (Hirsh-Pasek; 2009).

En varios rincones del mundo se han realizado diversos estudios sobre cómo los valores y las creencias de los cuidadores afectan en la promoción del juego cotidiano durante la niñez. En el caso de Chile, gracias a un reciente estudio, contamos con mayor información sobre cuáles son las creencias de los adultos responsables –padres, madres y educadoras— sobre este tipo de actividad clave para el desarrollo cognitivo y socioemocional de los niños y niñas (Aldoney, Coo, Mira &Valdivia, 2022).

“Una de las motivaciones de realizar este estudio”, dice Dra. Daniela Aldoney, directora ejecutiva de Sociedad de Desarrollo Emocional e integrante de esta investigación, “se basa en la percepción general de que los niños y niñas están jugando menos de lo que deberían. Cabe destacar que este es el primer estudio en Chile que considera la visión de padres, madres y educadoras en torno al tema”. 

Las investigadoras, guiadas por la premisa de que las creencias de los adultos sobre el juego están relacionadas con la forma en que ellos mismos lo promueven, trabajaron junto a 380 madres, 89 padres y 83 educadores de la primera infancia de niños entre 2 y 5 años, haciéndoles preguntas sobre sus visiones acerca del juego y su relación con el aprendizaje académico. 

Para el cuestionario sobre las creencias relacionadas al juego, se utilizó la Escala de Percepción del Juego (Fisher et al. 2008), que ha sido adaptaba para la población chilena (Coo et al., 2019). Este instrumento cuenta con 26 ítems que describen una línea exhaustiva de actividades que realizan los niños prescolares. Esta herramienta con perspectiva local cuenta con tres subescalas: juego no estructurado (libre), juego estructurado o actividades realizadas con un adulto y juego electrónico. 

 

“Una de nuestras primeras conclusiones”, comenta la directora ejecutiva de Sociedad de Desarrollo Emocional, “fue que, efectivamente, los niños estaban jugando poco de manera libre; solo un 10% reporteo que sus hijos/as lo hacían de forma cotidiana”. En esta etapa de la trayectoria vital, se recomienda que los niños y niñas jueguen libremente todos los días, porque es una forma natural de relacionarse con el mundo (Hurwitz, 2002).

 Por otra parte, los padres y cuidadores (54%) declararon que sus hijos se dedican una vez a la semana al juego estructurado –por ejemplo, leer un libro, salir a pasear, participar de actividades programadas–. Es importante destacar que este tipo de actividades son fundamentales para el desarrollo cognitivo (Kalil, 2015). 

En general, los padres declararon menor frecuencia de actividades relacionadas a aparatos electrónicos. No obstante, los niños y niñas menores de hogares con menos ingresos económicos, en relación a niños de hogares con mayores ingresos, dedican más tiempo a este tipo de actividades. “Creemos”, explica Daniela, “que esto puede ser así porque, para familias con menos ingresos, los aparatos electrónicos son contemplados como aliados a la hora en que los cuidadores realizan actividades domésticas o laborales”.

En relación a las creencias sobre el valor lúdico y académico de las actividades, los padres informaron valoraciones similares respecto al Juego Libre y al Juego Estructurado. El mayor valor académico otorgado por los papás –en relación a las madres— a las actividades relacionadas a dispositivos electrónicos puede explicarse por los estudios que indican que, en general, los hombres se perciben a sí mismos como más familiarizados con el mundo tecnológico en comparación a las mujeres (Wood et al., 2016). 

Otro dato relevante sobre este estudio es que, si se contempla a los padres en su conjunto, se observaron diferencias según el nivel socioeconómico. Por ejemplo, para las y los cuidadores con ingresos más bajos, en comparación con las familias con ingresos más altos, el Juego Libre tiene menos valor en términos lúdicos y académicos.

De esta forma, este inédito estudio en Chile confirma la premisa de que las creencias y valores influyen en la crianza cotidiana, es decir, se comprobó que los padres y madres que más valoraban el juego eran los que más promovían el contexto, los elementos y el tiempo para realizar este tipo de actividades clave para el desarrollo socioemocional y cognitivo. 

Por último, uno de los puntos fuertes de este estudio es haber recogido datos de educadores de la primera infancia, además de papás y mamás. En este ámbito, lo más relevante fue que, al igual que los padres, las y los educadores consideraron que las actividades del Juego Libre y Estructurado eran más lúdicas y de mayor valor académico que las actividades con dispositivos electrónicos. Sin embargo, dentro de las conclusiones de este estudio, llama la atención que las madres asignaran mayor valor al Juego Libre que las educadoras.

“Para nosotras como investigadoras”, dice la Dra. Daniela Aldoney,  “queremos aportar a valorar más el juego como una instancia propia del desarrollo de los niños y niñas, tanto en su bienestar general como en la parte académica. Como podemos, ver este estudio arrogó múltiples resultados que pueden servir para políticas públicas, intervenciones de estudios y programas destinados a fomentar el juego como herramienta esencial para el desarrollo infantil en Chile”. 

Estudia con Nosotros: Diplomado de Juego e Interacciones Lúdicas