El temperamento es la naturaleza básica de una persona o su manera natural de ser. Por lo mismo, generar una pauta de crianza en base a la esencia innata de cada niño/a puede aportar múltiples beneficios para un buen presente y una mejor adaptación futura. 

Actualmente vivimos en una sociedad con mayor conciencia teórica sobre la importancia de la individualidad del ser humano, sin embargo, hace un siglo atrás cuando grandes educadores como María Montessori o Rudolf Steiner propusieron modelos educacionales que se basaban en la particularidad de cada niño/a significó ser una revolución que exigió una amplitud de mirada por parte de la sociedad del momento. No obstante, hoy el desafío aún sigue siendo grande, puesto que nos falta mucho por descifrar, aceptar y actuar cotidianamente en base a las diferencias de temperamento y personalidad de cada persona.

Claudia Brancoli (58) y Alejandro Billeke (65) son padres de seis hijos de diversas edades, por ejemplo, el mayor tiene 35 años y la menor 17. Entonces, se puede inferir que a ellos como papás les ha tocado criar en distintas épocas con sus respectivos desafíos. “A nuestros primeros tres hijos/as los matriculamos a un colegio más tradicional y nos funcionó bien”, dice Claudia, “En cambio, nuestra cuarta hija nunca encajó con este modelo educacional más clásico, era más inquieta y le gustaba el arte y los oficios, recién ahí entendimos que la selección de los colegios tiene que ser acorde a las necesidades de cada niño/a”.

El temperamento importa

Cada persona nace con un determinado temperamento que se expresa a través de la manera que se aborda, reacciona y se siente ante interacciones y experiencias en el mundo. El interés moderno sobre esta temática comenzó en la década de 1950 con la investigación de Dra. Stella Chess y Dr. Alexander Thomas. Ambos estudiaron el temperamento biológico natural infantil y, por otro lado, se les responsabiliza el modelo de “bondad de ajuste”, que apunta a la armonía entre las prácticas de crianza de los padres y el temperamento del niño/, lo que tendría como consecuencia un desarrollo óptimo de éste, y en el caso de un niño propenso temperamentalmente a sufrir problemas de ajuste, le ayudaría a alcanzar funcionamientos más adaptativos. Asegurar un buen ajuste significa que el adulto debe crear un clima familiar que reconozca el estilo temperamental del niño y fomente su adaptación. Por ejemplo, si un hijo/a tiene mucha energía, el cuidador puede llevar un bolso con algunas actividades extra para el traslado en el transporte público, la espera en la cola de supermercados o en el consultorio. 

Cabe destacar que la “bondad de ajuste” no es sinónimo de que los temperamentos de los responsables de la crianza y el niño/a deban ser iguales o similares. Ni que los padres y madres deban cambiar su esencia.  En otras palabras, es que puedan adaptar sus métodos de cuidado adecuándose de manera positiva a la forma como el niño/a responde espontáneamente al entorno. Retomando el caso de la familia de Claudia y Alejandro, ellos enfatizan que siempre como padres supieron que cada hijo/a es único y que tienen su propio potencial. “Sin embargo, cuando crías a seis hijos/as muchas veces caes en la misma pauta de crianza para todos”, dice Claudia, “Luego, con el tiempo fuimos aprendiendo sobre la importancia de ir generando un entorno compatible con cada estilo y necesidad personal”.

Algunos de los beneficios de crear una “bondad de ajuste” pueden ser: anticiparse de cómo un niño podría comportarse o reaccionar antes de que surja un problema; generar una relación más respetuosa y amorosa con cada niño y su familia;  crear un entorno en el que se acepte a cada persona como un individuo; y, por último, el desarrollo de una autoestima y sentido de identidad saludable. 

En sus inicios esta rama de investigación se refería a que el temperamento del niño/a es compatible con las personalidades, actitudes, prejuicios y prácticas de crianza de sus padres. Después, la ciencia mediante la evidencia ha subrayado la relevancia de que los padres generen una bondad de ajuste y trabajar en base al temperamento de cada hijo/a.  

Una falta de adaptación puede llevar a una serie de secuelas para un niño, porque implícitamente en la respuesta de los padres hay un fuerte mensaje de juicio de que algo está “mal” con el niño, en lugar de que hay algo “mal” con la congruencia entre ellos. Este tipo de situaciones pueden afectar el desarrollo psicológico de un hijo/a llegando a generar la sensación de culpa, pérdida de flexibilidad en la respuesta de los demás y sentirse constantemente como un extraño. A largo plazo, todo esto provoca una tensión entre los cuidadores y el niño/a.  Por ejemplo, un niño que es más introvertido y vergonzoso, si la madre lo reta frecuentemente en público puede aumentar una brecha negativa en la relación y fomentar el retraimiento del hijo/a.  

Si conocemos sus tendencias evitaremos muchos conflictos al no forzar a los niños, sobre todo de más pequeños, a ir contra su predisposición natural. Para esto es clave, tanto conocer nuestro temperamento como adulto y el del niño/a, además, de identificar cómo encajan. También es importante evaluar qué tan bien las situaciones y los entornos se adaptan al temperamento de su hijo .

En definitiva, podemos potenciar a los niños y niñas de nuestro entorno cercano si sabemos respetar sus tiempos; compensar sus déficits;  si somos capaces de sincronizar e intervenir nuestra conducta y las exigencias del entorno con ellos. De esta forma, podemos aportar en garantizarles un buen presente y una mejor adaptación futura.