La creatividad es más que arte o una fuente de innovación para proyectos de ámbitos tan variados como el científico, educacional, organizacional, entre otros. También es un proceso que está íntimamente ligado a nuestro desarrollo emocional y personal.

Para muchas personas la creatividad es una de las capacidades más sublimes y complejas del ser humano, puesto que tiene relación con buscar respuestas y soluciones originales a dificultades concretas. Pese a esto, la conceptualización y demarcación del proceso creativo no resultan nada fáciles; por lo mismo, cuenta con múltiples definiciones que, desde diferentes áreas, se han ido proponiendo a lo largo de la historia. 

En el ámbito de la psicología una de las más conocidas es de Mihály Csickzentmoholyi (1995), profesor de Psicología en la Universidad de Claremont, quien desde una visión integrada señala que la creatividad es “el estado de conciencia que permite generar una red de relaciones para identificar, plantear, y resolver problemas de manera relevante y divergente”. 

Pese a los avances en neurobiología y ciencias cognitivas, aún no existen consensos en este tema. Un ejemplo particular sería la eliminación del mito de que la creatividad está asociada al hemisferio derecho, reconocido por ser el “lado creativo”, es decir, el lado del pensamiento divergente, concepto que se entiende como la competencia para generar respuestas novedosas; el hemisferio izquierdo, por otra parte, es el relacionado con el análisis vinculado al pensamiento convergente, que se define como la facultad de generar una única respuesta correcta. Hoy tenemos claridad de que existen ambas formas de pensar —convergente y divergente— pero que no están tan localizadas como se decía hace unos años con tanta seguridad. Esto lo confirma una revisión de sesenta estudios experimentales (Dietrich y Kanso, 2010), los cuales llegan a la conclusión de que el pensamiento creativo no depende un proceso único o de una región del cerebro.  Además la creatividad, según Diane E. Papalia en su libro “Psicología”, sería la capacidad de mirar las cosas bajo una nueva perspectiva, para luego crear soluciones frescas y originales. Por lo mismo, estaría vinculada con los dos tipos de pensamientos anteriormente señalados. 

El concepto “emoción” es algo definido de distintas maneras según la psicología y la neurociencia. Para Sloman (1981), la emoción sería los procesos cognitivos y neuroquímicos que tienen estrecha relación con el diseño de la mente que incorporan memoria, atención, toma de decisiones, imaginación y percepción, y estas cumplirían tres funciones: adaptativa, social y motivacional. En ese sentido, para Mónica Edwards-Schachter, Doctora de la Universidad de Valencia, la función de las emociones estaría estrechamente vinculada con la creatividad, puesto que implica que la persona anhele ‘crear algo’, ya sea para solucionar una dificultad del medio en el que está sumido o porque desea transmutar ese medio, para lo cual se ‘sentiría motivada’ y planearía esa actividad a través de un beneficio o algo ‘tangible’ que la sociedad recibiría y que podría ser aceptado,  rechazado o ignorado por los demás.   

Respecto a la Inteligencia Emocional (IE), los pioneros en referirse a este concepto fueron Salovey y Mayer (1990), definiéndola como la habilidad para manejar los sentimientos y emociones, discriminar entre ellos y utilizar estos conocimientos para dirigir los propios pensamientos y acciones. La relacionan a un tipo de inteligencia social que está compuesta por la habilidad de supervisar y entender las emociones propias y la de los demás, para luego discriminar entre ellas y así guiar el pensamiento además de valorar y regular las propias acciones. Goleman (1995) retoma estos postulados y los complementa con la noción de “competencia emocional”, que estaría compuesta por rasgos psicológicos y de personalidad, como una guía integrada por las competencias que ayudarían a las personas en la gestión de sus emociones. Posterior a esto, Bar-On (2005) incluyó a estas dos dimensiones —intrapersonal e interpersonal— una tercera: la gestión del cambio, refiriéndose a la competencia de manejar eficazmente el cambio personal, social y ambiental. En última instancia, la Inteligencia Emocional se entiende en el presente como la capacidad de la persona para comprender el mundo, para entender que es parte él y que posee recursos disponibles para interactuar con el resto, para poner en práctica todo el potencial creativo y conllevar el cambio como parte de la situación compleja en la que se está sumido. 

Complementado lo anterior y retomando la postura del psicólogo Mihály Csikszentmihalyi, quien define el concepto creatividad como el producto de un conjunto de factores sociales, culturales y psicológicos, la creatividad “no se produce al interior de la cabeza de las personas, sino en el intercambio entre los pensamientos de una persona y un contexto sociocultural”. Por lo mismo, el psicólogo croata enfatiza que la creatividad es un trampolín de nuevas posibilidades, porque ayuda a la expresión espontánea de la mente y del cuerpo de forma integral y facilita el aprendizaje.  Para Csikszentmihalyi, la estimulación de la creatividad empieza en la motivación intrínseca y extrínseca de la expresión libre de pensamientos y emociones.

En una sociedad cada vez más rápida y con cambios más y más recurrentes, la relevancia de usar la creatividad tanto en el ámbito personal como el social es incuestionable. Sabemos que la mejor fórmula para predecir el acto creativo es sin lugar a dudas la actitud positiva hacia ella, y por lo general, el pensamiento creativo debe ser aplicado voluntariamente, usando el conocimiento personal de virtudes y limitaciones, además ciertas metodologías para fomentarlo. Para esto, se hace necesario unir lo cognitivo con lo afectivo; usar esa mezcla de variables personales y tener una actitud flexible ante las rutinas, y tener en cuenta que la capacidad de redefinir las situaciones y superar los bloqueos mentales tampoco viene mal. ¿Te atreves a desarrollar tu creatividad y de paso cultivar tu bienestar y felicidad?

Referencias:

1. Edwards-Schachter, M. (2017). Educación emocional y desarrollo de la creatividad. 

2. Csikszentmihalyi, M. (1996). Creativity: flow and the psychology of discovery and invention. USA:Harper Collins Publishers.  

3. Guilford, J. P. (1950). Creatividad.  American Psychologist. 

4. Sloman, A. (1981). Why robots will have emotions.  England:University of Sussex.