¿Cuántas figuras de apego se necesitan para un desarrollo positivo?
¿El vínculo de apego infantil que solo importa es con la madre? ¿Qué importancia tiene el padre en el apego? ¿Tener una relación de apego seguro basta? o ¿más de una es mejor?
Luego de la 70 años de investigación de la teoría del apego, recién hoy nos comenzamos a aventurar a nuevas preguntas que por décadas han carecido de respuesta. La gran mayoría de los estudios se han centrado en los tipos de apego que un/a infante desarrolla con su madre y sus efectos en el desarrollo, sin embargo, esto es mucho más complejo.
Las experiencias tempranas de vinculación entre infantes y sus cuidadores configuran el tipo de apego que estos desarrollan (Bowlby, 1988). La literatura en los últimos 40 años, ha podido dar cuenta de beneficios en el desarrollo, gracias a la formación de un vínculo de apego infantil seguro, así como a los efectos negativos e impacto en el desarrollo de psicopatología que conlleva una baja calidad o pérdida de esta relación (Doyle & Cicchetti, 2017; Sroufe, 2005).
Aún cuando sabemos que los niños/as son capaces de desarrollar apego con más de una figura de cuidado (p.e. Kochanska & Kim, 2013), casi toda la literatura se ha centrado en lo que Bowlby (1979) llamó visión monotrópica del apego, en el que sólo un cuidador, usualmente la madre, es la figura de apego principal, y otros cuidadores son figuras subsidiarias con influencia marginal en el desarrollo.
Dado este sesgo en la investigación, se ha tratado de representar de manera más precisa la red de relaciones que conforma un infante. Esto lo han llamado “el tema no resuelto” en la teoría del apego (Dagan & Sagi-Schwartz, 2018).
La literatura hasta ahora nos dá algunas luces de cómo el vínculo de apego con padre y madre podría afectar algunas metas del desarrollo.
Por ejemplo, si tenemos más de una figura de apego seguro infantes desarrollarían una mejor capacidad para asociarse con una persona no familiar a los 12 meses, (Main y Wetson, 1981), y mejor capacidad autónoma de resolución de conflicto en contextos de juego con pares a la edad de cinco años (Suess, Grossmann y Sroufe, 1992). También desarrollarían mejores capacidades para el adecuado juego y comportamiento con sus pares y mejor respuesta a pruebas de inteligencia en la niñez (Sagi-Schwartz y Aviezer, 2005).
Y ¿qué ocurre si solo tenemos una figura de apego segura?, ¿eso es mejor que ninguna?
La evidencia señala que una sola relación de apego segura, sería un factor que predice baja conducta bizarra y conducta descontextualizada (Suess et al., 1992), y que tener al menos una relación segura es mejor que tener ninguna, ya que se asocia a menores problemas de comportamiento y de conducta desafiante (Kochanska y Kim, 2013), mejores competencias sociales con pares, autoestima y una evaluación positiva de sí mismo (Verschueren y Marcoen, 1999).
¿Es mejor con la madre que con el padre?
Suess et al., (1992) encontró que los niños a la edad de cinco años, tenían mejor resolución de conflictos y juego concentrado, si es que la relación de apego segura era con la madre. No obstante, Kochanska y Kim (2013), encontraron que los problemas externalizantes de comportamiento eran menores cuando al menos una relación era segura, independiente de si era con la madre o con el padre. Recientemente, un estudio de Kuo et al. (2019), mostró que en relación con la regulación del estrés habría evidencia de que la relación más relevante es con la madre, pero una serie de limitaciones no permitiría ser concluyente.
Pocos estudios hasta la fecha han investigado la red temprana de configuración de apego con ambos padres y su relación con resultados del desarrollo, y ninguno en Latinoamérica que permita responder a cada una de esas hipótesis, sin embargo, un novedosos proyecto de investigación, en el que participan miembros de la SCDE, ha comenzado a trabajar en función de responder dichas preguntas.