El eco del celular: cómo el uso de redes sociales afecta la parentalidad incluso cuando ya no estamos conectados

1. El espejo digital: lo que los hijos ven en sus padres
Sofía está sentada frente a su madre, intentando contarle cómo le fue en el colegio. Pero su madre no levanta la vista del teléfono. Hace scroll, responde un mensaje, sonríe mirando la pantalla… Sofía espera, pero no insiste. Esta escena, que podría parecer cotidiana, encierra una realidad que investigadores de la salud mental han comenzado a estudiar con más atención: el impacto del uso de redes sociales por parte de los padres en el bienestar emocional de sus hijos.
Aunque gran parte de las alertas en torno a redes sociales se ha centrado en los propios niños y adolescentes, un nuevo foco comienza a tomar fuerza: los adultos también son protagonistas del entorno digital de sus hijos. El comportamiento que los padres modelan frente a sus dispositivos —ya sea durante una comida familiar, en el parque o antes de dormir— entrega un mensaje claro, muchas veces no verbalizado, sobre cuánto valor le damos a la presencia del otro y a la atención compartida.
2. Lo que permanece después de mirar el celular
Un reciente estudio realizado en Alabama con madres e hijos de entre 2 y 5 años revela un dato sorprendente: las madres que pasaban más tiempo en redes sociales hablaban un 29% menos con sus hijos durante juegos libres sin pantallas, comparadas con aquellas que usaban menos las redes. Lo relevante es que esta disminución no se observó solo mientras estaban usando el celular, sino incluso después, en momentos que podrían haber sido de conexión plena.
Es decir, el uso intensivo de redes sociales no solo interrumpe el presente, sino que parece alterar la disposición mental o emocional para el vínculo posterior. Este fenómeno, que podríamos llamar desconexión prolongada, no ocurre con otros usos del celular como revisar el clima o el correo. Solo el uso de redes —por su carga emocional, su diseño de gratificación inmediata, y su capacidad de capturar atención— parece dejar un «eco» que interfiere con la disponibilidad parental incluso cuando ya no hay pantalla a la vista.
3. Phubbing y la cultura de la ausencia presente
La ciencia ha acuñado un término para describir una conducta cada vez más frecuente: phubbing, la mezcla de phone(teléfono) y snubbing (desairar). Ocurre cuando alguien ignora a quien tiene al frente para mirar su celular. En el contexto familiar, este hábito puede debilitar la conexión entre padres e hijos, haciéndolos sentir ignorados o desplazados. A largo plazo, puede afectar su autoestima y su capacidad para desarrollar lazos seguros.
Pero más allá del momento puntual, la evidencia indica que el uso excesivo de redes puede afectar la calidad de la interacción futura, como si una parte de la atención emocional quedara enganchada en otro lado.
Además, los niños aprenden por imitación. Si ven a sus padres constantemente conectados a las redes, es probable que reproduzcan esa misma lógica, naturalizando una cultura donde la presencia física no siempre significa verdadera conexión.
4. Reconectar tras la distracción: cómo cultivar presencia afectiva
La buena noticia es que no se trata de demonizar la tecnología, sino de usar con conciencia nuestras herramientas digitales. Los expertos sugieren estrategias sencillas pero efectivas:
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Establecer zonas libres de pantallas en horarios específicos (comidas, antes de dormir).
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Conversar con los hijos sobre lo que ven en redes, transformando lo digital en algo compartido y no aislante.
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Reflexionar sobre nuestros propios hábitos: ¿cuánto tiempo dedicamos sin darnos cuenta? ¿Nos cuesta desconectarnos incluso cuando ya dejamos el teléfono?
Entender que los efectos del celular no terminan cuando lo guardamos es un llamado de atención. Porque lo que persiste es nuestra disposición emocional: la presencia, el interés, la atención real.
Y en la era de las pantallas, estar verdaderamente disponibles puede marcar toda la diferencia.



