Prácticamente hay total consenso que el cierre de instituciones que cuidan niñas/os es necesario e inminente, y que la mejor alternativa para cuidar a quienes están en un período de desamparo o a la espera de una familia adoptiva, debiera ser la figura de las Familias de Acogida (FAE). Muchos países han optado por esta decisión y lo mismo está ocurriendo en Latinoamérica. Esto no solo responde a experiencias lamentables de negligencia, maltratos y abusos (por ejemplo el caso del hogar de menores “Nido” en Hualpén, Chile el año 2020), sino también por un cúmulo de evidencia científica que ha mostrado el daño y el anormal desarrollo que muestran los/as niños/as que pasan años de su niñez temprana en estas instituciones. Los estudios más reconocidos al respecto, se basan en los 170,000 niños/as que a fines de los ochenta, hacinaron 700 orfanatos en Rumania, estudios conducidos principalmente por Charles Zeanah (Nelson, Fox, y Zeanah, 2004). A partir de un estudio longitudinal y de intervención con control aleatorio, en el que un grupo de niños de los orfanatos fueron trasladados a Familias de Acogida y otros permanecieron en los orfanatos (Bucharest Early Intervention Project, BEIP), después de doce años, los autores concluyeron que los/as niños/as que permanecieron en orfanatos tuvieron severas consecuencias negativas en sus niveles de inteligencia y presentaron una más alta prevalencia en trastornos socioemocionales, y no menos importante, un impacto considerable en el desarrollo cerebral.

Muy recientemente, van IJzendoorn y Bakermans-Kranenburg (2021) publicaron un artículo pre-impreso que se titula “Derriba sus instituciones”: Perspectivas empíricas y evolutivas sobre el cuidado institucional en Aldeas Infantiles SOS (Tear down your institutions’. Empirical and evolutionary perspectives on institutional care in SOS Children’s Villages), en el que reportan un meta-análisis acerca de los efectos de crecer en instituciones en el desarrollo infantil (mental y físico) comparando niños/as que crecen en residencias SOS y aquellos que viven en Instituciones tradicionales. Las residencias SOS son también un cuidado no-parental, pero con una infraestructura y organización diferente a las instituciones tradicionales como hogares de niños u orfanatos, ya que cuentan con un número menor de niños por residencia, y un cuidador relativamente estable, siendo más similar a la experiencia de estar en una familia. Los resultados muestran retrasos significativos en ambas áreas independiente del tipo de institución, sin embargo, un resultado interesante es que el retraso físico de crecimiento es mayor en aquellos niños/as que viven en aldeas SOS que aquellos que crecen en instituciones tradicionales (orfanatos), pero en el área de la salud mental, los resultados son bastante peores en las instituciones tradicionales, comparado con los niveles de psicopatología de niños/as que crecen en aldeas SOS.

Probablemente el retraso en diferentes áreas que experimentan niñas/os en las instituciones, no son necesariamente resultado absoluto de lo que allí ocurre, ya que quienes se encuentran institucionalizados han experimentado probablemente experiencias traumáticas previas a su institucionalización, pero sí estos resultados hablan de los procesos de recuperación.

Este nivel de retraso del desarrollo que experimentan niños/as que viven en instituciones o bajo cuidados no-parentales, en general son recuperables, especialmente a través de los procesos de adopción (Juffer, van IJzendoorn & Palacios, 2011). Las áreas de desarrollo estudiadas de recuperación son de crecimiento, desarrollo cognitivo, emocionales, y psicopatología, y en todas ellas se reporta una impresionante recuperación luego de ocho años de adopción, claro que mientras antes es la adopción, los niveles de recuperación son mejores (Juffer et al., 2011).

Por los antecedentes expuestos y un cúmulo de literatura relacionada, no cabe duda que los cuidados no parentales en instituciones acogen a niñas/os con significativos niveles de retraso en general, comparados a los que viven en familias, ya sea por experiencias previas a la institucionalización, o por el desarrollo al interior de estas, no obstante, frente a la imposibilidad de crecer en una familia, la alternativa que una amplia cantidad de países sugiere, son las familias de acogida antes que instituciones, pero ¿son estas tan dañinas? ¿deben desaparecer?

La primera y sencilla respuesta sería afirmativa, pero se necesitan estudios en nuestro contexto que permitan tener mayor evidencia al respecto, ya que no siempre los resultados pueden ser extrapolados de una realidad a otra. Los orfanatos estudiados por Zeanah en Rumania, no son idénticos en estructura, número de cuidadores por niños/as, entre otras, con los que existen en Chile por ejemplo, así habría que preguntarse si los efectos negativos serían de igual magnitud. Un estudio de Garcia-Quiroga et al. (2017), investigó las diferencias en tipo de apego, amistad indiscriminada y problemas de comportamiento en niños/as chilenos viviendo en sus familias, en familias de acogida e instituciones. En relación al apego, la muestra chilena tiene un nivel de porcentaje de seguridad mucho mayor a otros países donde se ha estudiado apego en cuidados alternativos en instituciones, y este resultado no fue sorpresivo ya que había sido previamente reportado (Herreros, 2009; Lecannelier et al., 2014). No se encontraron diferencias importantes en los niveles de seguridad e inseguridad entre el cuidados en familias de acogida y en instituciones, pero ambas tienen menor porcentaje de seguridad que quienes viven con su familia, al igual que ambos tipos de cuidados no parentales tienen un porcentaje mayor de desorganización, pero sin alcanzar los niveles que tienen otros países. Los autores del estudio concluyen que es posible que el bajo número de niños/as y una cantidad de cuidadores más estables y para menos niños podrían explicar estos resultados. 

En cuanto a la amistad indiscriminada, sí fue posible identificar una mayor prevalencia en los niños/as que viven en instituciones que aquellos que están en familias de acogida y en sus propias familias, y los problemas de comportamiento son más prevalentes en el cuidado no parental, pero no encontraron diferencias entre familias de acogida e instituciones (Garcia-Quiroga et al., 2017).

Si bien estos antecedentes no son concluyentes, y se requieren más estudios acerca de los efectos en el desarrollo de niños/as que viven en instituciones o familias de acogida, al menos permite abrir el debate acerca de si el cierre de todas las instituciones de cuidado, es la alternativa que actualmente se requiere avanzar en nuestro contexto.