Las consecuencias neurobiológicas del maltrato infantil
Una reciente investigación española ha comprobado que incluso los niveles más leves y ocasionales de maltrato también producen repercusiones sobre la neurobiología de los niños y niñas, generando mayores niveles de ansiedad y más riesgo de desarrollar problemas mentales.
Lamentablemente, el maltrato infantil sigue siendo una dolorosa realidad puertas adentro. Según estudios de UNICEF, en América Latina 6 millones de niñas y niños son agredidos severamente por sus padres o familiares y 85 mil mueren cada año como consecuencia de estos castigos.
El maltrato infantil de niños y niñas se puede manifestar de varias formas: violencia física, psicológica, abuso sexual, explotación laboral y sexual, y negligencia por parte de las personas responsables de su cuidado. Todas estas acciones generan riesgo en el desarrollo y la estabilidad emocional del niño y futuro adulto. Si bien es ampliamente sabido que los maltratos durante la crianza generan modificaciones en la biología del cerebro, gracias a un reciente estudio hoy manejamos nueva información respecto a esta temática. Sabemos, por ejemplo, que incluso los niveles más leves y ocasionales de maltrato también tienen repercusiones sobre la neurobiología de los niños y niñas.
Y eso es justamente lo que ha demostrado una investigación liderada por Facultad de Biología, del Instituto de Biomedicina de la UB (IBUB) y del CIBER de Salud Mental (CIBERSAM) en España, publicado en la revista científica Psychological Medicine. Esta investigación midió la trayectoria de maltrato infantil y la reactividad del principal mecanismo biológico de regulación del estrés —el eje Hipotálamo Hipofisario Adrenal (HHA)— de 187 niños, niñas y adolescentes entre 7 y 17 años, todos sin trastornos mentales, expuestos y no expuestos a maltrato infantil. Los participantes fueron estudiados mediante el Trier Social Stress Test (TSST-C), una prueba de estrés agudo que permite explorar la reactividad del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal frente a situaciones psicosociales complejas y demandantes.
Es importante destacar que, por lo general, los estudios en población infantojuvenil son pocos y están enfocados en los casos más graves, con niños y niñas que están bajo el alero de servicios de protección al menor. A diferencia de otras investigaciones, este trabajo también indagó en la frecuencia de la exposición a maltrato como una variable de riesgo a tener presente. En sus resultados, la investigación —publicada en julio de este año— logró demostrar que, en aquellas personas que habían estado expuestos a maltrato infantil durante más tiempo, existía una mayor disfunción en el eje HHA, independiente de la severidad de las experiencias sufridas. Asimismo, se publicaron dos datos especialmente relevantes relacionados con la activación del cortisol.
Por un lado, existe una afectación en la función basal que altera el ritmo circadiano. “Los niños, niñas y adolescentes con historia de maltrato”, explican las investigadoras, “expresan mayores niveles de ansiedad y muestran una hiperactivación en el funcionamiento basal diurno del eje HHA con unos niveles elevados de cortisol por la noche. Esto podría suponer una hiperactivación del estado de vigilancia en estos niños y adolescentes, provocando disfunciones en el ciclo de sueño-vigilia, entre otros efectos.”
Por otra parte, en lo vinculado a la respuesta ante momentos de tensión, este estudio ha manifestado que los participantes con una trayectoria marcada por el maltrato tienen el eje HHA aplanado, de forma que frente situaciones estresantes, el cortisol no se eleva como debería. Esto quiere decir que los niños y niñas que revelaban niveles de ansiedad elevados, manifestaban una clara disociación entre su percepción subjetiva de estrés y su respuesta biológica. “Esta falta de plasticidad en los sistemas biológicos podría tener implicaciones clínicas importantes”, concluyen las investigadoras, “dificultando la capacidad de manejar y activar procesos internos para hacer frente a situaciones de estrés futuras de forma óptima constituyendo, por tanto, un factor de riesgo para desarrollar trastornos de la conducta o distintas psicopatologías.”
Así pues, estos niños y niñas tendrían una dificultad neurobiológica para controlar y gestionar adecuadamente el estrés, aumentando el riesgo de trastornos de ansiedad y depresión. Todo esto puede generar que, cuando se expongan ante instancias normales de la vida que requieren cierto nivel mayor de respuesta —como una discusión, examen médico o nuevo empleo—, estas personas tengan más problemas para enfrentar las circunstancias desde el ámbito emocional y conductual. De todas maneras, debemos recordar que el cerebro se caracteriza por ser un órgano plástico y, con la intervención necesaria y la detección a tiempo, puede lograrse que madure de forma sana en lugar de hacerlo hacia un trastorno mental. Esto también es una opinión que manifiesta la Dra. Lourdes Fañanás, una de las cabezas de la investigación, quien agrega que se ha comprobado que los niños y niñas que han vivido situaciones de violencia física, negligencia o abandono, si son descubiertas prontamente y se les entrega un nuevo ambiente amoroso y responsable, serían capaces de recuperar y rescatar la función del eje HHA. De modo que, y vale la pena recordarlo, lo más importante sería la identificación precoz de los niños y niñas expuestos a algún tipo de maltrato, para poder ayudarlos a superar el trauma de la violencia y así acompañarlos en su camino por convertirse en adultas y adultos con un bienestar emocional, mental y social equilibrado.
Artículo de referencia:
Marques-Feixa, L.; Palma-Gudiel, H.; Romero, S.; Moya-Higueras, J.; Rapado-Castro, M.; Castro-Quintas, A.; Zorrilla, I.; Muñoz, M. J; Ramírez, M.; Mayoral, M.; Mas, A.; Lobato, M. J.; Blasco-Fontecilla, H.; Fañanás, L.; EPI-Young Stress GROUP. «Childhood maltreatment disrupts HPA-axis activity under basal and stress conditions in a dose–response relationship in children and adolescents». Psychological Medicine, julio de 2021. DOI:10.1017/S003329172100249X