En la infancia, la preparación y el mantenimiento de rutinas y rituales permiten crear un ambiente de bienestar, tanto emocional como funcional. 

En el ámbito familiar es desafiante generar rutinas eficaces y confortables para todos y todas, pero éstas son imprescindibles para una convivencia lo más armónica y ordenada posible.  Asimismo, no se trata de caer en el tedio de las rutinas diarias, ni paralizarse en un modo de vida rígido y riguroso donde nadie puede salir de la carta gantt. Se trata de poner en orden nuestras actividades para saber qué se espera de cada uno de nosotros en cada instante y explicitar las creencias compartidas e identidades comunes. 

En cuanto a esto, Daly (2003) señala que las actividades rutinarias que implican a varios componentes de la familia están poco representadas en el ámbito de la teorización. Sin embargo, la creación y el mantenimiento de rutinas y rituales resulta un elemento central de la vida familiar y constituye un andamiaje para el desarrollo del niño/a. De esta forma, el itinerario cotidiano ayuda a la definición no sólo de las “reglas internas” del núcleo familiar sino además del aspecto de cómo entienden y se relacionan con el resto del mundo. 

En este contexto Wolin y Bennett (1984) han elaborado la visión de que las familias ordenan la cotidianidad alrededor de una serie de quehaceres que promueven la identidad y lo divide en tres categorías:  los “ritos” se narran como festividades con una base en la matriz cultural (ej. el bautizo, etc.); las “tradiciones” se presentan más asociadas al ámbito familiar y culturalmente están menos determinadas (ej. cumpleaños, vacaciones,  etc.); y, por último, están las “rutinas”, definida como actividades reiteradas a lo largo del tiempo. En consecuencia, los códigos familiares no actúan de forma apartada, sino que están influidos por el contexto cultural y las historias de vida. 

El rol de las rutinas diarias 

Los niños y niñas que frecuentemente cantan, juegan, cuentan cuentos y cenan con sus familias tienden a tener una mejor salud socioemocional (SEH), concluye una investigación realizada por profesionales de la Universidad Yeshiva en Nueva York (Muñiz & Plata, 2014). 

Para llegar a esta conclusión, los investigadores analizaron los datos del Estudio Longitudinal de la Primera Infancia-Cohorte de Nacimiento, una muestra representativa a nivel nacional de niños nacidos en 2001. Luego, a padres y madres de 8.550 niños y niñas les hicieron las siguientes preguntas: cuántas veces las familias cenan juntas por semana, con qué frecuencia cantan canciones, leen libros, cuentan historias y juegan con sus hijos. Los resultados mostraron que el 16,6% tenía SEH alto y por cada rutina adicional en la que participaba un niño/a, había 1,47 más probabilidades de tener mejor salud socioemocional. “Nuestros hallazgos sugieren que los padres con niños en edad preescolar que practican regularmente las rutinas familiares juntos tienen un mayor desarrollo emocional”, dice Elisa I. Muñiz, pediatra y líder de esta investigación, “Por lo que alentamos a las familias a cantar, leer, jugar y comer juntos de forma regular”.

Otra investigación publicada en el Journal of Abnormal Child Psychology encontró que las rutinas familiares ayudan a moderar la impulsividad y los síntomas y rasgos de oposición en los niños y niñas. Esto no es novedad cuando comprendemos que las rutinas protegen y ayudan a los niños y niñas a sentirse más seguros, ya que necesitan límites previsibles  (Lanza & Drabick; 2010). 

La importancia de los rituales familiares 

Las celebraciones de cumpleaños en familia, jugar bingo después del almuerzo del domingo,  ver una película los viernes en la noche, hacer galletas de jengibre todas las navidades, salir andar en bicicleta a la costanera después del colegio … los rituales familiares generan beneficios psicológicos al ayudarnos a disfrutar de nosotros mismos, a conectar con nuestros seres queridos y a darnos un respiro de nuestras fatigas cotidianas.

Los rituales, según Fiese (2006), pueden traducirse como estructuras trascendentes de las relaciones familiares que ratifican la realidad de los significados abstractos de la vida cotidiana y definen la constancia de la práctica entre pasado, presente y futuro. Por otra parte, Doherty (1997) se refiere los rituales familiares como actividades reiteradas y organizadas que tienen importancia para la familia.  Además,  sugiere que este tipo de instancias proporcionan previsibilidad, conexión, sentido de identidad y perspectiva valórica. 

En la publicación A Review of 50 Years of Research on Naturally Occurring Family Routines and Rituals, la psicóloga e investigadora Barbara H. Fiese subraya que los rituales envuelven una huella emocional, que una vez que se efectúan, se transforman en una experiencia positiva.

El hogar es el lugar más fácil de aprender creencias, comportamientos a largo plazo y comprender límites. Desde esta causa, en esta época de constantes cambios, no hay que ser excesivamente rígidos con estos rituales y rutinas, pero sí ser persistentes, porque ayudará al niño/a a aprenderlos y aumentará su seguridad, autonomía y sentido de comunidad. Y de paso, este tipo de hábitos, para los padres y madres tienen una serie de ventajas que no se pueden obviar, como tener más tiempo, resolver conflictos y disminuir el estrés.