En estos tiempos en que la igualdad de género es un tema en la agenda pública, el involucramiento paterno en el cuidado de los hijos/as se ha vuelto un tema relevante de discusión. Datos recientes muestran que junto con el aumento sostenido de mujeres en el mercado laboral, los padres están pasando más tiempo con sus hijos y que son más los que se están quedando en casa para cuidar de sus hijo/a (Aguayo et al., 2012; Kramer et al., 2015). Sin embargo, la mujer sigue siendo la cuidadora principal de los niños/as, aun cuando ellas -y no los padres -sean las que trabajan fuera de la casa (Pakaluk & Price, 2020).

Factores culturales como el machismo, estereotipos de género y legislaciones que dificultaban el involucramiento paterno mantienen este fenómeno. A esto se suma la arraigada creencia que los hombres – por no experimentar los cambios biológicos propios del embarazo y amamantamiento – no están biológica y psicológicamente tan bien preparados para ser padres como las mujeres. Sólo ellas las que estarían “programadas” para ser madres y ejercer labores de cuidado. Veamos que nos dice la evidencia. 

En las mujeres, los sistemas neurales que motivan el cuidado son activadas por las hormonas del embarazo (estrógeno, la oxitocina y la prolactina). Por ejemplo, la oxitocina se ha identificado como una de las hormonas que facilitan las conductas de cuidado. Diversos estudios muestran que los niveles de oxitocina fluctúan durante el embarazo en madres y padres. Esta hormona aumenta gradualmente durante los primeros seis meses después del parto en los padres, y los hombres que son padres muestran niveles más altos de esta hormona que los hombres que no lo son. Se ha encontrado que la administración intranasal experimental de esta hormona facilita el juego, tacto y reciprocidad social y que disminuye las conductas hostiles de los padres cuando interactúan con sus hijos (por ej., Abraham & Feldman, 2018). 

En contraste, los niveles de testosterona bajan cuando los hombres se convierten en padres (Gettler et al. 2011, 2014). Específicamente, la disminución de testosterona inmediatamente posterior al parto se ha relacionado con un mayor involucramiento paterno e interacciones de mejor calidad con su hijo/a (por ej., Meijer et al., 2019). Los padres que presentan mayores niveles de testosterona tocan menos a sus hijos, les hablan menos y se involucran menos en tareas de cuidado instrumental (por ej., muda, baño) (Weisman et al., 2014). Pero, una mayor concentración de testosterona también se ha relacionado con mayor empatía paterna. Se ha observado que la concentración de testosterona de los padres aumenta en respuesta al llanto de los bebés en situaciones en las que no pueden contenerlos, pero disminuye en situaciones en que les es posible acunarlos y responder a ellos (Fleming, et al., 2000). Esto sugiere que si el contexto no le permite al padres responder adecuadamente a su hijo/a, los niveles de testosterona permanecerán altos para facilitar conductas agresivas de defensa del bebé, por ejemplo, frente a una amenaza (Setoh & Espósito, 2019). Algo similar ocurre con el cortisol, éste aumenta en respuesta al llanto de sus hijos (Fleming et al., 2002), disminuye cuando toman en brazos a su hijo/a recién nacido (Kuo et al., 2018) y cuando interactúa con ellos (Storey et al., 2011). 

Además de estos cambios hormonales, imperceptibles para los hombres, los hombres que están a la espera del nacimiento de su hijo/a también reportan síntomas somáticos de embarazo (e.g., náusea, cambios en el apetito, aumento de peso) conocido como síndrome de Couvade. Estudios en diferentes culturas muestran que la cercanía de ambos padres en el periodo perinatal se relaciona con la experimentación o no de síntomas de Couvade (Elwood & Mason, 1994). Se ha planteado que los síntomas de Couvade reflejan cambios fisiológicos en los hombres como preparación para ser padres (Elwood & Mason, 1994) ya que padres con mayores síntomas de Couvade mostraron mayor disminución de sus niveles de testosterona cuando fueron expuestos al llanto de su hijo/a (Storey et al., 2000).

En su conjunto estos estudios muestran que los hombres también están programados biológicamente para ser cuidadores (padres) y que poseen una circuitería neural especialmente diseñada para responder a sus hijos. Con estos datos hay una excusa menos para no promover el involucramiento paterno.