El Trastorno Límite de la Personalidad (TLP) se ha descrito históricamente como un cuadro de intensa desregulación emocional. La evidencia más reciente confirma esa hipótesis, pero con una precisión clínica mayor: hoy sabemos cómofunciona esa desregulación, qué mecanismos concretos la sostienen y en qué se diferencia del resto de los trastornos emocionales. Esta comprensión actualizada proviene de múltiples estudios publicados en los últimos 18 meses, que investigan procesos fisiológicos, estrategias cognitivas, autorreferencia negativa y procesamiento emocional en TLP.

Uno de los hallazgos más robustos aparece en un estudio de comparación entre pacientes con TLP y controles sanos, Mmostró que las personas con TLP usan con mucha más frecuencia estrategias desadaptativas como la rumiación, autocrítica, culpa a otros y catastrofización, y recurren menos a estrategias adaptativas como la reevaluación positiva, el planificar soluciones, la aceptación o el reenfoque constructivo. En resumen, sus patrones reguladores no solo no alivian el malestar: lo sostienen o amplifican.

En paralelo, una serie de estudios fisiológicos revela que las personas con TLP presentan una menor variabilidad de la frecuencia cardíaca en reposo —una señal de hiperalerta y escasa regulación autónoma— y más dificultad para retornar al equilibrio después de un estímulo emocional. Incluso tras usar técnicas guiadas de relajación, su sistema nervioso se mantiene más activado que en personas sin TLP. Este patrón se asocia a un eje de estrés hiperactivo (HPA), comúnmente vinculado a trauma temprano, que condiciona una emocionalidad intensa y prolongada.


Otro nodo clave es la autorreferencia negativa. Un estudio reciente sobre la experiencia de vergüenza en personas con TLP evidenció creencias muy arraigadas de “ser defectuosos, indignos o malos”. Esa autoevaluación se acompaña de un deseo de ocultamiento, conductas evitativas o directamente autolesiones como forma de aliviar esa vergüenza tóxica. Esta vivencia no se reduce a una emoción intensa; es un patrón identitario con implicancias regulatorias profundas. A nivel neurocognitivo, se ha observado que las personas con TLP no solo responden de forma más intensa a los estímulos negativos, sino que tienen más dificultad para identificar emociones en otras personas. En un estudio comparativo con pacientes bipolares II y controles, el grupo TLP mostró mayor lentitud y menor precisión para reconocer emociones en rostros humanos. Esto indica un déficit en el procesamiento cognitivo de señales sociales, lo que complica la autoregulación emocional y la interacción interpersonal.


La evitación emocional también aparece como un factor distintivo. Pacientes con TLP muestran un patrón estable de evitación experiencial —la dificultad para permanecer en contacto con experiencias emocionales internas difíciles— mucho mayor que en otros trastornos de personalidad. Además, en un seguimiento longitudinal, aquellos pacientes con TLP que no habían remitido al cabo de tres años presentaban niveles más altos de evitación que quienes sí habían mejorado.Un dato importante es que esta desregulación emocional se compone de dos fallas simultáneas: una sobrecarga automática (hiperreactividad límbica) y un bajo control voluntario (hipoactividad de la corteza prefrontal). Es decir, el sistema emocional responde con demasiada intensidad, mientras que los frenos conscientes —los recursos de regulación deliberada— no logran modular la respuesta. Esta asimetría ayuda a entender por qué las emociones en TLP son tan rápidas, intensas y difíciles de manejar.


Tomando toda esta evidencia reciente, obtenemos una imagen más compleja y específica de cómo opera la regulación emocional en el TLP: no se trata solo de emociones más fuertes, sino de un sistema regulador menos eficiente, más punitivo, más rumiativo y menos flexible. Este conocimiento tiene implicancias clínicas directas: la intervención no debe centrarse en evitar emociones negativas, sino en reemplazar las estrategias disfuncionales por procesos más eficaces. Trabajar la autocrítica, la evitación y el estilo rumiativo resulta hoy más relevante que simplemente reducir la “intensidad” emocional. El avance de esta última evidencia transforma el abordaje clínico del TLP. Saber cómo funciona el sistema emocional de estas personas permite intervenir mejor, con foco, y sin patologizar la emoción. Porque en el fondo, el problema no es únicamente sentir las emociones, sino que también es el cómo se intenta dejar de sentir lo que mantiene el malestar.