La adicción a redes existe, pero es mucho menos común de lo que nos han hecho creer

La discusión pública sobre el impacto de las redes sociales ha evolucionado desde preguntas sobre bienestar hasta un diagnóstico cultural: “las redes nos están volviendo adictos”. Ese marco se ha instalado con fuerza en medios, políticas y conversaciones cotidianas. Sin embargo, el nuevo estudio publicado en Scientific Reports revela un problema mayor: la mayoría de las personas cree estar “adicta”, aunque casi ninguna presenta síntomas compatibles con un cuadro clínico. Y esa percepción errada no es inocua; afecta la manera en que los usuarios interpretan su conducta, regula sus emociones y piensan sobre su capacidad de cambio.
El trabajo, realizado con más de 1.200 usuarios de Instagram en Estados Unidos, plantea una distinción esencial para la psicología contemporánea: la diferencia entre hábito y adicción.
Un diagnóstico inflado: sentir adicción no es ser adicto
En el estudio, solo 2% de los usuarios cumplía criterios de riesgo según la escala BIAS, que evalúa síntomas asociados a adicción: urgencia de uso, retiro, impacto en el funcionamiento vital y dificultad para reducir el comportamiento. Ese porcentaje coincide con lo que cabría esperar para conductas que efectivamente generan síndrome adictivo.
Sin embargo, 18% de los participantes afirmó sentirse “al menos algo adicto” a Instagram. En otras palabras, la mayoría de quienes creen tener un problema grave no presenta los síntomas clínicos que definen una adicción. Esta brecha revela un fenómeno cultural: las personas están internalizando la narrativa mediática, no evaluando su experiencia real.
El análisis de medios incluido en el paper confirma esta presión interpretativa. Entre 2021 y 2024, los artículos que usan el término “social media addiction” superan por miles a los que hablan de “social media habits”. La asimetría es tan pronunciada que el concepto de adicción domina casi todo el lenguaje público a pesar de que no describe adecuadamente la experiencia de la mayoría de los usuarios.
La confusión central: hábitos automáticos que parecen adicción
Los datos mostraron que cerca del 50% de los usuarios describía su uso como “habitual”. Esto es consistente con la literatura sobre formación de hábitos: conductas repetidas en contextos estables tienden a automatizarse. Las plataformas, por diseño, refuerzan interacciones frecuentes, previsibles y asociadas a recompensas sociales. El resultado es un patrón de uso automático, no una compulsión adictiva.
El estudio aporta un punto clave: los síntomas más propios de adicción (abstinencia, impacto en la vida diaria y dificultades para reducir el uso) se relacionan con la autoetiqueta de “adicción”, no con el hábito. Esto indica que el malestar subjetivo no proviene del funcionamiento automático sino del significado que las personas atribuyen a esa automatización.
Aquí surge un vínculo con la regulación emocional: cuando los usuarios creen que su conducta refleja un cuadro patológico, aumenta su sensación de descontrol, lo cual amplifica la ansiedad, la autoexigencia y la autoevaluación negativa. Es un círculo donde la emoción no surge del comportamiento, sino del marco interpretativo.
Etiquetar como “adicción” afecta la percepción de control
El segundo estudio del paper muestra un efecto experimental directo: basta con hacer que las personas reflexionen sobre su “adicción” para que disminuya su percepción de control, aumenten sus intentos fallidos recordados y se intensifique la auto-culpa. No se observan estos efectos cuando las personas reflexionan desde un marco de hábito.
Esto es relevante para la homeostasis social entendida como equilibrio entre agencia, regulación y vínculo. Cuando alguien cree que su comportamiento es “adictivo”, emerge una narrativa interna de incompetencia. En lugar de comprender su uso como un patrón automatizado, modificable mediante estrategias específicas, lo interpreta como un fenómeno que le supera.
Así, el lenguaje de adicción reduce la autoeficacia, un componente crítico en cualquier proceso de regulación emocional o cambio conductual.
Hábito: un mecanismo que sí podemos modificar
El estudio sugiere que gran parte del uso problemático de redes es un fenómeno de hábitos desalineados con los objetivos actuales del usuario. Y los hábitos pueden cambiarse a través de manipulación de claves contextuales, reducción de disparadores y establecimiento de conductas alternativas.
Comprender el uso excesivo desde el marco de hábitos abre una ruta más efectiva y consistente con la evidencia:
-Modificar el acceso o las claves contextuales (notificaciones, ubicación del teléfono, colores).
-Practicar conductas alternativas en el mismo estado emocional que suele gatillar el uso.
-Reemplazar la narrativa de adicción por una narrativa de ajuste conductual.
La regulación emocional se beneficia cuando las personas recuperan agencia. El hábito describe mecanismos claros, modificables y no estigmatizantes. La adicción, en cambio, introduce un diagnóstico global de incapacidad que no corresponde a la realidad de la mayoría.
Por qué este estudio importa para la psicología contemporánea
La evidencia presentada cuestiona el discurso público dominante y obliga a refinar cómo interpretamos la relación entre bienestar y tecnología. La sobregeneralización del concepto de adicción no solo es científicamente imprecisa; tiene consecuencias psicológicas negativas.
Para un trabajo clínico o educativo, esto implica:
Evitar patologizar el uso frecuente cuando no existen síntomas clínicos.
Explicar la diferencia entre hábito automático y pérdida real de control.
Incorporar estrategias de regulación emocional basadas en agencia, no en miedo.
Utilizar un lenguaje que promueva autoeficacia, especialmente con jóvenes.
De esta manera, podemos afirmar según este estudio que la mayoría de los usuarios no está “adicta”, sino que está atrapada más bien eb hábitos automáticos que sí pueden modificarse. Cambiar el lenguaje no es un detalle semántico, es una forma de intervención psicológica en sí misma.



