A pesar de que hoy hay mayor conocimiento sobre la relevancia de la conciencia emocional en la niñez y adolescencia, aún nos falta ampliar esta mirada a todas las etapas del ciclo vital para mejorar el bienestar de las personas. 

Regañar, dar una mala respuesta, falta de compresión de otra persona, un impulso inapropiado, ignorar lo que me ha dicho el otro/a: estos son algunos ejemplos de cómo nuestros problemas cotidianos pueden estar afectados por tener dificultades en la regulación emocional. De alguna forma, aún tenemos el desafío de avanzar hacia la compresión de que las emociones tienen un rol relevante en cómo vivimos las cosas, es decir, en que el estado de ánimo afecta las decisiones que tomamos, el orden que le entregamos a nuestras prioridades e inclusive la manera en que recordamos las cosas. 

Ahora bien, ¿qué podemos hacer para gestionar nuestras emociones? La respuesta está en la regulación emocional. La mayor parte de los trabajos de educación de esta materia han sido dirigidos a niños, niñas y adolescentes, producto de la importancia vital de estas etapas evolutivas en el afianzamiento de las estructuras de funcionamiento psicosocial, así como en la prevención de problemas psicológicos futuros (Bellamy, Gore y Sturgis, 2005; Trianes, Cardelle-Elawar, Blanca y Muñoz, 2003). Pero, ¿qué pasa en el caso de los adultos/as? ¿Podemos aprender a regularnos emocionalmente en esta etapa de la vida?

Los estudios sobre esta materia –realizados principalmente con población estadounidense– recomiendan la necesidad de considerar las emociones y su regulación de cara a comprender el comportamiento de las personas y su adaptación a lo largo del ciclo vital (Charles y Carstensen, 2007). Inclusive, la importancia de la experiencia emocional y su regulación están validadas por investigaciones que manifiestan que las emociones influyen tanto sobre procesos cognitivos como la toma de decisiones (Eich, Kihlstrom, Bower, Forgas y Niedenthal, 2000) como sobre el funcionamiento de sistemas orgánicos como el cardiovascular (Ostir, Markides, Peek y Goodwin, 2001) o el inmune (Kiecolt-Glaser, McGuire, Robles y Glaser, 2002). “Si entendemos la regulación emocional como la habilidad de monitorear y controlar los propios pensamientos, emociones y la conducta”, dice Christian de la Harpe, Psicólogo y Director de Intervenciones Clínica de Sociedad Chilena para el Desarrollo Emocional, “entonces es relevante debido a que proporciona una capacidad para ejercer un control sobre las formas de expresarnos socialmente. Es decir, es clave en el proceso adaptativo”.

Según Grewall, Brackett y Salovey (2006), la inteligencia emocional está compuesta, más que por competencias de personalidad de carácter estable o permanente, por habilidades que pueden cultivarse a lo largo de la vida a través del entrenamiento adecuado. En otras palabras, la regulación emocional es sensible al desarrollo, lo que quiere decir que en la medida que la persona va evolucionando puede ir adquiriendo herramientas autorregulatorias de mayor complejidad según el contexto, lo que significa que va a estar influenciada por las condiciones que la persona tenga o establezca. Estas condiciones pueden ser ambientes más estables, situaciones de vida menos cargadas de estrés y relaciones afectivas más sanas, las cuales pueden promover la adquisición de esta herramienta. “En la adultez, la habilidad del pensamiento denominada abstracción, permite establecer estrategias metacognitivas que ayudan a regular de mejor forma las emociones, pudiendo establecer distinciones en los estados emocionales, mirar con un prisma más amplio y buscar alternativas de acción para reaccionar ante situaciones determinadas”, señala Christian. 

¿Qué técnicas o experiencias podemos utilizar para aprender a regularnos emocionalmente en la adultez? A lo largo de la historia reciente, la psicoterapia es uno de los procesos más utilizados para fortalecer estrategias de autorregulación emocional, control de impulsos y reconocimiento de los propios estados afectivos, debido a que puede estimular la capacidad de auto observación, el conocimiento propio del funcionamiento psicológico y la competencia de responder de manera asertiva ante las situaciones de la vida cotidiana.  “Mientras una persona conozca más acerca de sus formas de reaccionar a los estímulos, tendrá un mayor manejo sobre sus estados emocionales”, dice el Director de Intervenciones Clínica de Sociedad Chilena para el Desarrollo Emocional. “Otra técnica, más innovadora, es el uso de videofeedback, que consiste en que el adulto observa su propio comportamiento en una grabación y a través de un análisis guiado aprende a monitorear su conducta de mejor manera. Ambos procesos de intervención –psicoterapia de adultos y videofeedback– utilizan la metacognición con base para el cambio”. 

 ¿Qué beneficios nos puede traer el saber regularse emocionalmente en esta etapa de la vida? Principalmente, adaptarnos de mejor forma al entorno: potenciar la capacidad de diferenciar, reconocer y controlar las emociones puede generar una mejor calidad de vida, además de la capacidad de enfrentarnos de mejor forma el estrés, mantener relaciones íntimas más armónicas y proyectar una vida más saludable.

Como dice Zaccagnini (2004), la sociedad de hoy ha concedido un nuevo rol a las emociones: han dejado de ser algo negativo a coartar, para convertirse en un elemento positivo que ayuda a actuar y tomar decisiones y, por lo tanto, a adaptarse en el día a día. Aun así, queda mucho por investigar y generar en el área educación emocional; no obstante, para que se origine este desarrollo, una de los asientos fundamentales es la toma de conciencia acerca de la importancia de las emociones en todas las edades, incluidas la edad adulta y la vejez, para mejorar el bienestar de las personas.