La sensibilidad como brújula: cómo se afina la regulación emocional infantil

Durante décadas, la psicología del desarrollo ha descrito la crianza como un proceso bidireccional: los padres influyen en sus hijos, pero también los hijos transforman a sus padres. Un nuevo estudio longitudinal publicado en Emotion (Kim & Kochanska, 2025) ofrece una mirada precisa y matizada a esa danza emocional. Siguiendo a 102 familias desde los siete meses hasta los seis años y medio, los investigadores analizaron, mediante modelos estadísticos avanzados, cómo la capacidad de los padres para responder de manera sensible a las emociones de sus hijos se entrelaza con la habilidad de estos para regular sus propios estados afectivos.
Los resultados revelan que la responsividad parental —esa capacidad de percibir y responder con calidez y oportunidad a las señales emocionales del niño— predice un mejor control emocional especialmente durante la primera infancia. En los primeros años, los niños aprenden a autorregularse a través de la presencia atenta del adulto, que funciona como un “sistema externo de regulación”.
Lo más llamativo es que, en las díadas padre–hijo, también se observó el camino inverso: los niños con mayores dificultades emocionales provocaban respuestas más sensibles y ajustadas en los padres, mientras que aquellos con mejor regulación generaban, con el tiempo, mayor autonomía. En otras palabras, el estudio muestra que los padres tienden a modular su cuidado con mayor flexibilidad, calibrando sus intervenciones según las necesidades emocionales de sus hijos, mientras que las madres —más consistentes en su rol de cuidadoras primarias— mantuvieron niveles de responsividad estables y menos influenciados por las fluctuaciones del niño.
Lejos de implicar una menor sensibilidad, esto sugiere que las madres operan sobre un marco más constante de apoyo, mientras que los padres ajustan su participación a los cambios en la autonomía infantil.
Estos hallazgos refuerzan una idea esencial en psicología del desarrollo y en la práctica clínica: las emociones no se aprenden en soledad, sino dentro de sistemas de co-regulación donde cada gesto, mirada o tono de voz se convierte en un mensaje implícito sobre cómo manejar el malestar.
En la consulta psicológica, comprender esta dinámica bidireccional tiene implicancias profundas. Invita a mirar no solo cómo los padres “enseñan” regulación, sino cómo también los niños activan, desafían y transforman el modo de responder de los adultos. La crianza, vista así, no es un flujo unidireccional de enseñanzas, sino una relación viva, adaptativa, que evoluciona con el tiempo.
En un contexto donde muchas intervenciones parentales siguen dirigidas casi exclusivamente a las madres, este estudio recuerda la relevancia del rol paterno en la formación de las competencias emocionales. Promover la presencia emocional del padre no es solo equidad de género: es salud mental preventiva. Porque cuando la responsividad de ambos cuidadores se afina al ritmo del desarrollo del niño, se fortalece el circuito de seguridad interna que sostiene toda regulación futura.
Al final, el mensaje es claro: responder no es controlar, sino reconocer. Y en esa respuesta sensible y humana se juega gran parte del bienestar emocional de las próximas generaciones.



 
			