Sobrediagnóstico emocional: cuando la conciencia sobre salud mental puede jugar en contra
En los últimos años, la conversación sobre salud mental ha dejado de estar en los márgenes para pasar al centro de la vida pública. Escuelas, universidades, empresas, medios de comunicación e incluso celebridades han impulsado campañas para reducir el estigma, mejorar la alfabetización psicológica y alentar a más personas a buscar ayuda. Este cambio cultural es, sin duda, un avance histórico: hoy resulta mucho más fácil hablar de ansiedad, depresión o estrés sin sentir vergüenza ni miedo a ser juzgados.
Pero junto con estos avances ha surgido un fenómeno inesperado que algunos investigadores llaman sobrediagnóstico emocional. La idea es simple y al mismo tiempo inquietante: al poner tanta atención en los síntomas y darles visibilidad, se ha abierto la puerta a que experiencias cotidianas de malestar se interpreten como trastornos mentales. Sentirse nervioso antes de hablar en público, experimentar tristeza tras una ruptura o agobiarse con el trabajo son parte natural de la vida, pero en un clima cultural saturado de lenguaje clínico, esos episodios pueden terminar vistos como “ansiedad crónica” o “depresión”.
El riesgo de este sobrediagnóstico emocional no está solo en el uso de etiquetas, sino en lo que esas etiquetas hacen con nosotros. Cuando alguien se convence de que “es una persona ansiosa” o que “vive deprimido”, esa identidad moldea su manera de actuar. Puede llevar a evitar desafíos, a retraerse de situaciones que en realidad podrían ayudar a mejorar, o a sentirse atrapado en un rol del que cuesta salir. En otras palabras, la etiqueta puede transformarse en una profecía autocumplida que intensifica el malestar en lugar de aliviarlo.
Esto no significa que la conciencia sobre salud mental sea negativa. Al contrario, ha sido fundamental para que muchas personas encuentren apoyo y tratamiento. El problema está en confundir malestares normales con enfermedades. No todo lo que duele o incomoda necesita un diagnóstico clínico, y no todas las emociones difíciles son señal de un trastorno. A veces son solo parte del paisaje de estar vivos.
El desafío que tenemos por delante es diseñar campañas y discursos que mantengan el foco en la importancia de la salud mental, pero que también ayuden a distinguir entre lo que requiere atención profesional y lo que forma parte de la experiencia humana. Necesitamos una cultura que invite a hablar, pedir ayuda y cuidar el bienestar, sin convertir cada tristeza, cada nervio o cada contratiempo en una enfermedad.
El sobrediagnóstico emocional es una alerta a tener en cuenta. No para callar la conversación, sino para enriquecerla con matices y responsabilidad. Porque hablar de salud mental seguirá siendo indispensable, pero hacerlo bien es lo que marcará la diferencia entre empoderar a las personas o, sin querer, hacerlas sentir más frágiles de lo que realmente son.
Referencias
Foulkes, L., & Andrews, J. L. (2023). Are mental health awareness efforts contributing to the rise in reported mental health problems? A call to test the prevalence inflation hypothesis. New Ideas in Psychology, 69, 101010.