A partir del informe Stress in America™ 2025 (APA)

El informe Stress in America™ 2025, elaborado por la American Psychological Association, describe una transformación silenciosa que atraviesa a las sociedades contemporáneas: el estrés dejó de ser un fenómeno esencialmente individual y se ha convertido en un indicador de que el ecosistema social está desconectado, fragmentado y emocionalmente desregulado. La evidencia muestra que el malestar tiene menos que ver con la acumulación de responsabilidades y más con la erosión progresiva de los vínculos.

El dato inicial es contundente. El 62% de los adultos en Estados Unidos reconoce que la división social es una fuente significativa de estrés. Lo que antes se experimentaba como una tensión interpersonal ahora se vive como un clima emocional que impregna la vida cotidiana. De manera paralela, cerca de la mitad de los adultos reporta sentirse aislado, excluido o sin compañía. Para quienes sienten con mayor fuerza la división social, estas cifras aumentan: el sesenta por ciento declara sentirse aislado con frecuencia. La polarización no solo separa ideologías; separa personas. Esa desconexión, según el informe, tiene efectos directos en la regulación emocional y en la salud.

Cuando la sensación de pertenencia se debilita, el cuerpo y la mente lo registran. La soledad, evaluada a través de la escala UCLA, muestra un patrón que preocupa: quienes experimentan altos niveles de soledad presentan mayor probabilidad de vivir con una enfermedad crónica, reportan síntomas físicos intensos y tienen mayor riesgo de depresión y ansiedad. La proporción de adultos altamente solitarios que manifiestan síntomas físicos asciende al 94%, muy por encima del 61% de quienes se sienten acompañados. La fatiga, las cefaleas, la tensión corporal y la ansiedad se instalan como respuestas frecuentes en quienes enfrentan la vida sin un soporte emocional estable.

La desconexión también se expresa de manera conductual. Quienes viven altos niveles de soledad tienden a cancelar con mayor frecuencia planes sociales, experimentan más dificultades para planificar o proyectar el futuro, y toman decisiones con mayor inseguridad. El autocuidado se debilita y, junto con él, la capacidad de sostener responsabilidades laborales o familiares. La pérdida de vínculos no solo afecta la esfera afectiva; debilita funciones ejecutivas básicas que dependen de la estabilidad emocional. El informe deja claro que la falta de conexión puede alterar la arquitectura completa de la autorregulación.

La brecha entre las necesidades de apoyo emocional y la ayuda realmente recibida se expande. El 69% de los adultos declara haber necesitado más apoyo emocional del que recibió en el último año. Entre quienes sienten estrés por la división social, esa cifra aumenta al setenta y cinco por ciento. Resulta especialmente significativo que incluso personas con bajos niveles de soledad también deseen más apoyo. Esto sugiere que la sensación de desconexión no se limita a quienes están aislados, sino que atraviesa diversos grupos y contextos. La sociedad, en su conjunto, parece ofrecer menos soporte emocional del que la población necesita.

El trabajo sigue siendo uno de los estresores centrales. El 69% de los adultos empleados reporta el trabajo como una fuente relevante de estrés, alcanzando niveles similares a los observados durante la pandemia. Sin embargo, solo el 46% de las personas indica que su trabajo le otorga sentido o propósito. Esta brecha entre esfuerzo y significado revela una tensión estructural: el espacio que ocupa más horas y energía no está entregando un retorno emocional suficiente. Cuando el trabajo se vuelve demandante, pero poco significativo, la regulación emocional se resiente con rapidez. Las mujeres, los jóvenes y ciertos grupos minoritarios reportan niveles de estrés aún mayores, lo que revela cómo el contexto sociocultural moldea la experiencia del malestar.

En contraste, las relaciones humanas se mantienen como la principal fuente de sentido. El informe muestra que el 92% de los adultos identifica los vínculos como el aspecto que da mayor significado a su vida. La familia ocupa el primer lugar, seguida de las amistades y las relaciones románticas. Sin embargo, quienes experimentan altos niveles de soledad tienden a valorar menos estas fuentes de propósito. La desconexión no solo afecta el acceso a los vínculos, sino también la capacidad de percibirlos como un lugar de sostén emocional. Este hallazgo es crucial: cuando la capacidad de sentir pertenencia se reduce, también se reduce la posibilidad de encontrar sentido.

La tecnología aparece como un nuevo foco de tensión. El 69% de los adultos siente estrés debido a la desinformación, y el 57% se muestra preocupado por el avance de la inteligencia artificial, una cifra que ha aumentado significativamente respecto al año anterior. Entre jóvenes y estudiantes, la preocupación es aún mayor: para ellos, la irrupción de la IA se asocia a temores sobre el futuro laboral, el impacto en la educación y la seguridad digital. Este aumento de la incertidumbre tecnológica afecta directamente la sensación de control, una de las bases fundamentales de la regulación emocional. Cuando el entorno cambia más rápido de lo que las personas pueden procesar, la homeostasis emocional se ve comprometida.

A pesar de este escenario, el informe muestra una resiliencia persistente. El 84% de los adultos cree que puede construir una buena vida, incluso en condiciones distintas a las de generaciones anteriores. Esta confianza es mayor entre quienes se sienten más conectados emocionalmente. La sensación de agencia y la posibilidad de proyectarse en el tiempo dependen, en gran parte, del soporte social disponible. Quienes confían en su capacidad para alcanzar metas y sueños muestran mejor salud mental; quienes dudan de esa posibilidad presentan mayores niveles de estrés. Nuevamente, la conexión emerge como el modulador central del bienestar psicológico.

La lectura global del informe permite una reflexión más profunda: el estrés no es solamente un exceso de estímulos o cargas; es una respuesta al deterioro de la trama social. La sociedad está perdiendo cohesión, y ese quiebre se manifiesta en el cuerpo, en la mente y en el comportamiento. Desde la perspectiva de la psicología del bienestar y la regulación emocional, esto representa un llamado urgente a intervenir no solo a nivel individual, sino estructural. Las comunidades necesitan espacios de encuentro, sistemas educativos que fortalezcan las competencias socioemocionales y políticas que favorezcan la cohesión social. La salud mental depende tanto de los recursos internos de cada persona como de la calidad del entorno interpersonal y cultural que los sostiene.

En síntesis, Stress in America™ 2025 no describe una epidemia de vulnerabilidad personal, sino una crisis de conexión. El desafío central es reconstruir la capacidad de sostener vínculos significativos y ambientes de confianza, porque es ahí donde se organiza la regulación emocional y donde se sostiene la posibilidad de bienestar.