Una fuerza invisible: emociones en la prevención del suicidio adolescente
La adolescencia es un territorio movedizo: un cuerpo que cambia, una mente que busca sentido y una identidad que se ensaya una y otra vez. En medio de ese tránsito, la manera en que un joven enfrenta el estrés y regula sus emociones puede ser decisiva. Un reciente estudio con casi seiscientos adolescentes chilenos ofrece una clave: las estrategias de afrontamiento y la inteligencia emocional no solo predicen el bienestar, sino que pueden marcar la diferencia entre la vida y la desesperanza.
El equipo investigador evaluó cómo ciertas habilidades emocionales y estrategias de afrontamiento se relacionan con la ideación suicida, utilizando instrumentos validados como el Inventario de Orientación Suicida (ISO-30), la Trait Meta-Mood Scale (TMMS) y el Inventario de Estrategias de Afrontamiento (CSI). Los resultados fueron reveladores: las estrategias de afrontamiento explican casi la mitad de la variabilidad en la inteligencia emocional, y ambas, combinadas, explican un 39% de la variabilidad en los pensamientos suicidas. En otras palabras, aprender a identificar, comprender y modular las emociones protege.
Entre las estrategias con mayor impacto se encontraron la expresión emocional, la búsqueda de apoyo social y la reestructuración cognitiva. Todas ellas comparten un principio: transformar la emoción en acción adaptativa. No se trata de “no sentir”, sino de sentir de manera consciente. Como decía Gabriela Mistral, “el dolor no nos destruye si lo comprendemos”. La comprensión emocional abre paso a la regulación, y la regulación permite recuperar agencia sobre la propia vida.
El estudio también mostró que estos efectos se mantienen constantes entre chicos y chicas, y entre diferentes edades. Esto sugiere que las competencias emocionales son universales en su poder preventivo: la empatía, la expresión, el pensamiento flexible y la conexión social funcionan como factores protectores, independientemente del género. La inteligencia emocional, lejos de ser un rasgo individual, se sostiene en una red de vínculos que nutren la homeostasis social, ese equilibrio dinámico entre el yo y el entorno que sostiene nuestro bienestar.
Desde una mirada aplicada, estos hallazgos trazan un mapa claro para la prevención: incorporar talleres de educación emocional en los colegios, promover espacios donde los jóvenes puedan expresar su malestar sin ser juzgados, y formar a padres y docentes para reconocer señales de sufrimiento. También implica ofrecer intervenciones que integren emoción y acción, combinando entrenamiento en regulación emocional con estrategias concretas de solución de problemas y búsqueda de apoyo.
La prevención del suicidio no se construye solo con protocolos de emergencia, sino con vínculos significativos y con herramientas para comprender la propia experiencia interna. En última instancia, el estudio nos recuerda que la inteligencia emocional no es un adorno psicológico, sino un recurso vital. Invertir en su desarrollo es invertir en la vida misma.
“Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento”, escribió Miguel de Unamuno. Esa integración —entre emoción, razón y comunidad— es el camino más firme para proteger a nuestros adolescentes del abismo de la desesperanza.