Muchos científicos se han cuestionado por qué ante la misma situación ciertas personas empujan hacia delante saliendo fortalecidas y otras no. Por consiguiente, surge la pregunta: ¿cómo desarrollamos la resiliencia? Varios estudios apuntan a que todo está en las primeras experiencias del niño/as con sus cuidadores.  

Etimológicamente la palabra resiliencia viene del latín “resilio, y significa “volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar, recomenzar”. Es un concepto del mundo de la física que se refiere a aquella capacidad que tienen ciertos materiales que pueden recobrar su forma original después de haber sido sometidos a una presión que los deforme. 

Esta palabra ya hace varias décadas ha empezado a tomar protagonismo en el ámbito de la psicología. Se habla de resiliencia cuando el individuo tiene la capacidad de sobreponerse a las adversidades, es decir, de auto regenerarse de determinadas heridas o traumas. Por ende, corresponde a una respuesta subjetiva que se expresa ante este tipo de experiencias dolorosas y, por tanto, implica un proceso dinámico en el que influyen factores internos, familiares y sociales.

Hay cientos de historias alrededor del mundo que nos demuestran esta gran capacidad para hacer frente a los problemas y situaciones dolorosas. Es así como un grupo de investigadores y profesionales de la Universidad de Ben-Gurión del Néguev en Israel, al indagar las reminiscencias de los sobrevivientes del Holocausto, se preguntaron si los recuerdos traumáticos pueden reforzar la resiliencia y la felicidad en el presente.

Los profesionales realizaron entrevistas a 269 sobrevivientes del Holocausto, que emigraron como refugiados a Israel después de la Segunda Guerra Mundial o de la caída de la Unión Soviética, concluyendo que estas personas combinaban los recuerdos del horror y la pérdida precisamente con resiliencia. «No definen sus vidas de acuerdo al trauma y a la pérdida, sino por su capacidad de levantarse de las cenizas y ser testigos de un pasado que los ayudó a asegurar el futuro», publica su equipo en The Gerontologist.

Los tres temas que aparecieron con más frecuencia durante las conversaciones fueron: unir el pasado con el presente, reconstruir las familias y el Estado judío, y tener el deber de transmitir la información. Además, el equipo de investigadores les preguntó a los sobrevivientes con qué frecuencia recordaban este hecho traumático y por qué. ¿La respuesta? Para muchos este doloroso periodo de la vida se hacía presente en el día a día. 

La importancia de los vínculos en el proceso de construcción de resiliencia 

Ahora, no hace falta vivir una experiencia límite para saber si somos resilientes. Por lo mismo, ¿qué factores explican el desarrollo positivo o la posibilidad de recuperación de niños y niñas que han sufrido experiencias traumáticas? ¿Cuáles son los procesos protectores que ocurren en forma natural en el desarrollo humano?

Erróneamente se puede llegar a pensar que la resiliencia es algo extraordinario, una respuesta poco usual; sin embargo, la literatura científica actual demuestra que es una reacción común, un ajuste saludable frente a la adversidad. 

Por lo general, cuando se estudia la resiliencia aparecen pautas que condicionan su aparición. Una ellas es lo que se ha llamado “la teoría del apego” desarrollada por el psicólogo John Bowlby (1958), que se traduce en el vínculo que genera el niño/o con sus cuidadores. Esta teoría tiene relación con la entrega de seguridad emocional indispensable para un buen desarrollo de estos mecanismos de respuesta y la capacidad de interaccionar con el entorno de forma positiva. 

Bowlby, sin pretenderlo, fue uno de los pioneros científicos en el área de la resiliencia. Luego de este hito en la psicología, se han publicado y elaborado cientos de investigaciones que subrayan y confirman la importancia del vínculo y de las repercusiones en el ajuste personal y social. Ejemplo de ello es lo planteado por el neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik (2004), quien señala que el 65% de los niños y niñas tienen la capacidad de generar vínculos basados en el afecto en cualquier ambiente familiar y cultural, porque ellos/as tienen una gran necesidad de apego y, una vez que se les cuida según sus necesidades, logran generan la habilidad de transformar experiencias objetivamente negativas en positivas. De esta forma, Cyrulnik plantea que niños/as que han sufrido daños emocionales importantes, pero que reciben el apoyo incondicional de sus cuidadores o referentes, podrán sobreponerse mejor que sus pares etarios que tengan menos o peor atención.

En otras palabras, los niños/as con relaciones de apego saludables y buenos recursos de adaptación interna seguramente tendrán un inicio favorable en la vida, ya que han adquirido el capital social y humano necesario para tener éxito cuando ingresan a la etapa escolar y comienzan a interactuar en comunidad. Estos niños y niñas usualmente muestran resiliencia frente a la adversidad, en la medida en que las principales habilidades de protección y las relaciones más cercanas continúan funcionando y desarrollándose (Masten & Gewirtz, 2006). 

Resiliencia: tarea de todos y todas 

La primera infancia es una etapa vital para que las familias y sociedades garanticen que los niños y niñas tengan cuidados de calidad, nutrición adecuada, buenas oportunidades y apoyo comunitario, para puedan aprender a desarrollar las herramientas de adaptación y las relaciones que requerirán para así involucrarse en la vida futura con una preparación adecuada.

Referencias:

  • Ann S. Masten, PhD, Abigail H. Gewirtz, PhD. (2006). Resiliencia en el Desarrollo: La Importancia de la Primera Infancia de Enciclopedia sobre el desarrollo de la primera infancia Sitio web: https://docplayer.es/23734992-Resiliencia-en-el-desarrollo-la-importancia-de-la-primera-infancia.html
  • Carolyn Crist. (13 de enero de 2017). Los sobrevivientes del holocausto recuerdan con resiliencia de Scientific American Sitio web: https://www.scientificamerican.com/espanol/noticias/reuters/los-sobrevivientes-del-holocausto-recuerdan-con-resiliencia/