Compinches de juegos, conversaciones y aventuras. Los amigos imaginarios son comunes, pero las razones de ellos varían, al igual que el tiempo que permanecen. Sin embargo, ¿por qué aparecen estos persones en la mente de los más pequeños? ¿Tienen estos niños algunas características de personalidad especiales? 

Los niños y niñas, por lo general, cuando juegan con amigos corren, saltan, dibujan, cantan e incluso discuten. Pero, ¿qué pasa cuando ese compinche de aventuras es de fantasía? Imagina que vuelves del trabajo y cuando llegas a tu hogar, encuentras a tu hijo riéndose y hablando solo. Le preguntas con quién conversa y te responde que con su amigo Antonio, que está parado a tu lado. Pese a que esta escena puede sonar algo escalofriante, lo cierto es que es una escena más común de lo que se cree durante la niñez.

El 65% de los niños, a los 7 años, ya ha tenido un amigo imaginario, según un estudio (Carlson, 2004) que enfatiza que el mejor momento para tener uno de estos compañeros de fantasía es entre los 3 y los 11 años. Si bien los profesionales de la ciencia concuerdan que la creación de estas amistades invisibles es un fenómeno común y parte normativa del desarrollo, aún falta mucho por descifrar qué impulsa a niños y niñas a crear estos personajes ficticios o por qué algunos lo hacen y otros no. 

¿Qué es un amigo imaginario? Hay diversas definiciones acerca de lo que se entiende por este concepto, pero una de las más antiguas en esta temática fue elaborada por la especialista Margaret Svendsen en 1934,  quien lo definió como: un personaje invisible con quien el niño juega durante varios meses, que tiene un aire de realidad para el pequeño, pero ninguna base objetiva aparente. 

Hay poca literatura científica sobre los motivos y los rasgos comunes de esta amistad invisible. Ejemplo de ello es un estudio que examinó la importancia del desarrollo de compañeros imaginarios durante la niñez en edad prescolar (Gleason, Sebanc & Hartup; 2011). En esta iniciativa, se entrevistaron a madres de 78 niños y niñas sobre los entornos sociales y los compañeros imaginarios de sus hijos/as –en el caso de que los tuvieran. Los resultados concluyen que los seres invisibles satisfacen la necesidad de amistad de un niño y son más comunes entre los primogénitos o los hijos únicos. En este caso, las madres revelaron diferencias entre amigos invisibles y objetos personificados –por ejemplo, peluches o muñecos– producidos con frecuencia como resultado de la adquisición de un nuevo juguete. Susan Newman, psicóloga social y autora de The Case for the Only Child: Your Essential Guide, explica que es una creencia muy antigua la de pensar que solo los hijos únicos tienen amigos imaginarios para compensar la ausencia de hermanos: “Esto es un mito”, explica la psicóloga social, “ya que se ha descubierto que dos tercios de todos los niños, con o sin hermanos, tienen amigos imaginarios”.

Tener compañeros de fantasía funciona además como método para fomentar la creatividad. Así lo confirma un estudio que ha sugerido que es más probable que los niños y niñas que evoquen a amigos ficticios se convierten en adultos más creativos que los que no los tienen (Kidd, Rogers & Rogers; 2010). Esto debido a que el proceso de creación de un amigo imaginario permite expandir el mundo de una forma lúdica y convertirse en “el escritor, productor, director y actor de su propio juego”, según explica Evan Kidd,  psicólogo de la Universidad de Latrobe.

Por lo general, se trataría de niños y niñas con mucho talento para la creación de interacciones, lo que facilitaría el desarrollo de sus habilidades de dialogo y creatividad. No obstante, para que esto suceda, es relevante que se les permita crear esta fantasía, es decir, que no sean sancionados o reprimidos durante el proceso.  Sin embargo, sólo el 26% de los padres tiene conocimientos de que su hijo tiene un amigo imaginario, apoyando la premisa de que el niño quiere mantener a sus creaciones aparte del mundo de los adultos (Carlson & Taylor, 2004). 

¿Pero cuál es la función de un amigo/a imaginario? Poco sabido es el hecho de que pueden cumplir un rol relevante en el desarrollo cognitivo, emocional y social durante la niñez y posterior adultez.  Es más, en investigaciones comparativas con niños sin amigos imaginarios y otros con compañeros ficticios se ha comprobado lo siguiente:

  • Que pueden tener habilidades sociocognitivas más desarrolladas (Moriguchi & Todo; 2018).
  • Que generan mayores facilidades narrativas. Un estudio llevado a cabo en Nueva Zelanda analizó las capacidades lingüísticas de 48 niños y niñas de 5 años y medio, de los cuales 23 tenían amigos imaginarios o invisibles. Los investigadores vieron que los niños que jugaban con estos compañeros ficticios tenían capacidades narrativas más avanzadas que los que no tenían este tipo de amigos (Reese & Trionfi, 2009).
  • Que ayudan a los pequeños a canalizar sus ansiedades, por lo que analizar y monitorear dicha relación es una buena estrategia para reconocer el estado de ánimo real del niño o niña.

El compañero invisible –que puede ser inventando, interpretado o recreado a través de objetos como muñecos y juguetes– es entonces para el niño/a ese personaje que le permite tener una comprensión de sus emociones y de sus reflexiones, así como un vínculo para integrarse a la vida social, es decir en las emociones y los pensamientos de sus pares y del mundo adulto. Un claro ejemplo de esto se manifiesta en la película “Intensa-Mente” de Disney (2015), en la cual se puede apreciar claramente este concepto mediante el personaje Big Bong, amigo imaginario de la infancia de la protagonista, como un canal entre la expresión de emociones y el mundo interno infantil y, además, como un puente con el mundo adulto. 

No obstante lo anterior, es relevante destacar que los padres y/o adultos responsables del cuidado observen las conversaciones del niño/a con su amigo imaginario. Por ejemplo, en situaciones donde los diálogos no sean muy amables, o si el niño o niña prefiere siempre jugar con el compañero ficticio en vez de con pares reales, conviene charlar al respecto, pero sin reprochar nada. De lo contrario, lo mejor es actuar con total naturalidad y no inquietarse en absoluto frente a la existencia de estos compañeros invisibles de la infancia.