La ciencia ha descubierto que cuanto más miente alguien, el cerebro se amolda y deja de generar reacciones como la vergüenza. Además, este órgano complejo tiene la capacidad de detectar si los engaños piadosos ocultan una forma de egoísmo.

La honestidad es la mejor política. Al menos bajo este lema nos enseñan desde que somos niños y niñas y, pese a eso, la mentira ronda en nuestra cotidianidad mediante, por ejemplo, respuestas esquivas o verdades a medias.  En fin, todo el mundo ha dicho más de una “mentirilla” en la vida, el problema es que cuando esto se transforma en una constante.  

El cerebro y las mentiras 

Pinocho es uno de los protagonistas más clásicos de la literatura infantil. Su nariz, indiscreta, crece cuando falta a la verdad. Pero, volviendo al mundo real, ¿qué cambios fisiológicos generamos nosotros/as cuando mentimos? Un estudio liderado por científicos de la University College de Londres (UCL) -publicado en la revista Nature Neuroscience– ha concluido que decir mentiras induce cambios en el cerebro. 

Los científicos escanearon el cerebro de 80 voluntarios y voluntarias, por medio de una resonancia magnética funcional, mientras estaban en tareas en las que podían mentir para obtener beneficios personales. Esta iniciativa arrojó que cuando las personas mentían se activaba la amígdala, área del cerebro vinculada a la toma de decisiones y las emociones. Además, concluyeron un dato relevante: la reducción de la señal en la amígdala es sensible al historial del comportamiento deshonesto. “Cuando mentimos interesadamente, nuestra amígdala produce una sensación negativa que limita el grado en que estamos dispuestos a mentir”, dice Tali Sharot, investigador de psicología experimental, para la revista Nature Neuoscience, “Sin embargo, esta respuesta se desvanece a medida que continuamos mintiendo y cuanto más se reduce esta actividad más grande será la mentira que consideremos aceptable”. 

El cerebro sabe por qué mentimos

El cerebro dispone de un detector de mentiras. Así lo señala un estudio generado por dos científicos de la Universidad de Corea, el cual plantea que se activa las neuronas de la corteza prefrontal cada vez que falseamos la realidad. Además, enfatiza que nuestro cerebro tiene la capacidad de saber si estas mentiras “piadosas” tienen un dejo de egoísmo. 

Los investigadores examinaron por medio de fMRI (imagen por resonancia magnética funcional) la actividad cerebral de un grupo de voluntarios y voluntarias. Anteriormente, se les pidió que pensarán en diferentes situaciones en las que tenían que mentir, bien en beneficio propio, bien de otra persona, o bien en beneficio de ambos. 

Las conclusiones arrojaron que la corteza prefrontal medial es la región cerebral que esconde nuestras motivaciones reales para mentir. En las imágenes, los científicos revelaron que una mayor actividad en la zona ventral y rostral de esta región cerebral muestra una motivación egoísta en las mentiras “piadosas”. Las diferencias son notables en la subregión rostral, cuando se comparan con el registro de las mentiras altruistas.

Mentiroso, mentiroso 

Si nos creciese la nariz tanto como a Pinocho cuando mentía, tendríamos un difícil inconveniente. Así lo confirma un estudio de 2002 elaborado en la Universidad de Massachusetts, el cual reveló que la mayoría de las personas mienten en conversaciones cotidianas, enfatizando que el 60% de los seres humanos son deshonestos al menos una vez durante una conversación de diez minutos,  puesto que caen en lo que se conoce como “mentiras esporádicas”. Para esta investigación se reclutó a un grupo de 121 estudiantes de pregrado de la misma universidad, a quienes se les dijo que el propósito de este estudio era examinar cómo las personas interactúan cuando conocen a alguien nuevo. Las y los participantes no sabían que estas conversaciones serían registradas mediante una cámara oculta. Al término de la jornada, se les explicitó a los colaboradores que habían sido grabados y se gestionó el consentimiento para usar los registros para la investigación.

Después,  se les pidió a las y los alumnos que revisaran el video de ellos mismos y que reconocieran cualquier equivocación y mentira que habían dicho durante la conversación. “Cuando se miraban a sí mismos en una cinta, la gente se encontraba mintiendo mucho más de lo que pensaban”, dijo Robert S. Feldman, profesor de Psicología y líder del estudio, a Science Daily.

El tipo de mentiras variaron considerablemente, ejemplo de ello, es que una persona demostró estar de acuerdo con la afirmación del otro integrante de la conversación cuando realmente no lo estaba y otra dijo falsamente ser una estrella de rock. “Es tan fácil mentir”, comenta Feldman, “Les enseñamos a nuestros hijos e hijas que la honestidad es la mejor política, pero también les decimos que es de buena educación fingir que les gusta un regalo de cumpleaños que se les ha dado. Por ende, ellos reciben un mensaje muy contradictorio con respecto a los aspectos prácticos de la mentira, y tiene un impacto sobre cómo se comportan como adultos/as “.

¿Cuándo empiezan a mentir los niños y niñas?

Por lo general, en los estudios sobre el uso de la mentira en niños y niñas se ocupa el paradigma de la “resistencia a la tentación”: una situación experimental en que se le dice al menor que no juegue o tome cierto objeto, antes de dejarlo solo en una pieza.  De esta forma, esta instancia genera una situación natural en el que el niño/a se encuentra determinado intrínsecamente a engañar, con el objetivo de armonizar su infracción. Todo este tipo de ambientes son muy parecidos a momentos cotidianos en que los niños/as pueden demostrar mayor probabilidad de mentir.  

Mediante la metodología de investigación señalada anteriormente se ha comprobado que la mayoría de niños/as entre 2 y 3 años tiende a confesar su “engaño”.  A pesar de ello, a partir de los 4 o 5 años los menores mienten con mayor frecuencia, tendencia que se mantiene hasta la infancia tardía.

Asimismo,  mientras los niños crecen tienen la capacidad de desarrollar una habilidad superior en las mentiras, así como también la capacidad de mantener el engaño ante preguntas. Esta competencia surge con la edad mediante el desarrollo de funciones ejecutivas como el autocontrol, la inhibición, la memoria de trabajo y una más sofisticada teoría de la mente. 

El rumbo hacia la honestidad 

Hoy un gran desafío que podemos tener todos los actores de la sociedad es generar mayor promoción sobre conversaciones en torno a la verdad y la mentira. Es así como, padres, madres, cuidadores/as, profesores y niños/as deben generar la capacidad de dialogo para que todos y todas, en colectivo, lleguemos a profundizar y descifrar sobre los diferentes tipos de mentiras y cuándo no engañar. 

Referencias: 

1. Garrett, N., Lazzaro, S., Ariely, D. et al. El cerebro se adapta a la deshonestidad. Nat Neurosci 19, 1727-1732 (2016). https://doi.org/10.1038/nn.4426

2. Universidad de Massachusetts en Amherst. (2002, 12 de junio). Un investigador de UMass encuentra que la mayoría de las personas mienten en las conversaciones diarias. ScienceDaily . Obtenido el 19 de julio de 2021 de www.sciencedaily.com/releases/2002/06/020611070813.html

3. Victoria Talwar, Kang Lee. ( 14 de julio de 2008). Correlaciones sociales y cognitivas de la conducta de mentira de los niños, de Society for Research in Child Development Sitio web: https://srcd.onlinelibrary.wiley.com/doi/epdf/10.1111/j.1467-8624.2008.01164.x

4. JuYoung Kim y Hackjin Kim, Journal of Neuroscience,  7 de julio de 2021, 41 (27) 5937-5946; DOI: https://doi.org/10.1523/JNEUROSCI.0088-21.2021