“No olvides que la realidad es cambiante, no olvides que lo nuevo puede surgir, y de todos modos, va a surgir” (Edgar Morín)

 

El presente año ha estado marcado por un cambio sustantivo producido por la Pandemia del Covid 19. Si bien, el fenómeno del cambio es permanente, las rutinas cotidianas, las estructuras sociales y las costumbres culturales nos hacen vivir en la sensación de la quietud, la inmovilidad y la certidumbre. 

La Pandemia actual llegó a mostrarnos lo cambiante que es la naturaleza de la vida humana, modificando de un momento a otro muchas de las experiencias habituales e instándonos a realizar esfuerzos grandes por adaptarnos a un sinnúmero de variaciones íntimas, interpersonales y sociales.   

Edgar Morín en su libro “El Pensamiento Complejo” retrata el mundo en el que vivimos señalando que éste es de alta complejidad, pues está representado por rasgos inquietantes de lo enredado, de lo inextricable, del desorden, de la ambigüedad y la incertidumbre. 

Hemos tenido que aprender a vivir con una cuota extra de incertidumbre. Las certezas de las que habla el autor se desprendieron y quedamos expuestos a no tener respuestas claras ni precisas. El desconocer de dónde viene el virus, no saber cómo podría afectar a cada individuo y no poder contestar a la pregunta de hasta cuando durará.  Una investigación reciente muestra que uno de los factores vinculados al confinamiento que más afecta la salud mental es la intolerancia a la incertidumbre y la pérdida del control sobre las situaciones (Sandín, et. al., 2020) 

Hay una idea particularmente atractiva entre los planteamientos de Morín, que hace alusión a que mientras más complejidad existe, mayor diversidad encontramos, más interacciones se producen y todo se vuelve más aleatorio, impredecible e incierto. Y acá es donde la experiencia individual toma un carácter significativo. La variabilidad en las formas en que las personas se adaptan a una situación de este tipo y todos los cambios vertiginosos, ofrecen un espectro muy amplio. No es posible afirmar que existe una respuesta única a una pandemia, al contrario las personas experimentan situaciones muy disímiles, en cuanto al afrontamiento y a la vivencia emocional y sintomática. En este sentido, si bien hay personas que han experimentado miedo, dolor, sufrimiento y desesperanza, hay otras personas que refieren haber experimentado una revalorización de las actividades al aire libre, sentirse más preocupados por otras personas, descubrir hobbies y otras actividades lúdicas que son de su interés y la posibilidad de reinventarse laboralmente y una sensación de cuidado y responsabilidad individual y colectiva y una valoración de la interdependencia social (Jhonson, et. al. 2020).

La variabilidad de la experiencia humana y las distintas circunstancias y escenarios en los que se encontraban las personas antes del inicio de la Pandemia y las formas de afrontamiento de estas a la incertidumbre, los cambios drásticos, la pérdida de lo cotidiano y la modificación de rutinas y de formas de relacionarse se expresan en condiciones muy variadas de adaptación a la contingencia. 

Dentro de este espectro amplio y en congruencia a lo señalado por Morín al considerar a la experiencia humana desde una aproximación compleja, como una realidad compuesta por un conjunto amplio de dimensiones, las personas que en el ámbito individual logran dar un sentido a sus emociones, poseen confianza en sí mismas y poseen una capacidad de flexibilidad cognitiva que posibilite la comprensión y adaptación a los cambios y en la esfera social cuentan con una red de apoyo para dialogar sobre sus emociones placenteras y displacenteras, son capaces de pedir ayuda, y colaborar con otros en función de objetivos comunes,  tienen una posibilidad mayor de hacer frente al escenario actual y a salir fortalecidos a pesar de las dificultades sanitarias, sociales y económicas que una pandemia implica. 

 

Christian De La Harpe, Director Clínico de SCDE. Profesor Asociado en Universidad Católica de Temuco