La ciencia muestra una relación entre el compromiso cívico y ciudadano y el bienestar de los niños, niñas y jóvenes. 

En los últimos años hemos sido testigos de un aumento de instancias relacionadas a la participación ciudadana y cívica: elecciones de varias figuras políticas, cabildos, manifestaciones, proceso constituyente, entre otras. Es en este escenario, uno de los temas que se ha tomado la agenda pública es la importancia de la participación de niños, niñas y adolescentes en decisiones que afectan tanto su presente como futuro. Es decir, hoy hay que avanzar en verlos como agentes de cambio y sujetos de derechos. 

En la actualidad, desde pequeños, niñas y niños conocen sus derechos y deberes. Asimismo, es cada vez más frecuente escuchar diversas voces juveniles visibilizando distintas causas como, por ejemplo: la batalla contra el cambio climático, el derecho a una educación de calidad para todos,  la manifestación a favor de la diversidad sexual y la difusión de distintas campañas para frenar la violencia sexual. 

Pero lejos de ser sólo amplificadores de mensajes, jóvenes de distintas partes del mundo han empezado a manifestarse a una escala nunca antes vista. Un ejemplo es Greta Thunberg, activista sueca en pro de la defensa del medioambiente. En 2018, esta niña de 16 años, generó un movimiento a nivel mundial de niños y niñas en edad escolar que exigían mayores medidas de los gobiernos para luchar contra el cambio climático. Actualmente, millones están participando de su movimiento Fridays For the Future. 

Por un lado, la educación ciudadana corresponde al desarrollo de experiencias formativas que permitan a los niños, niñas y adolescentes, asumirse como agentes activos, con la responsabilidad de buscar soluciones a los problemas que afectan a sus comunidades y de participar en las acciones o procesos que permitan solucionarlos para superar la desigualdad, la exclusión, la discriminación y la violencia, construyendo así sociedades más justas y democráticas (Gutiérrez & Pagès, 2018).

Por otro lado, la educación cívica se entiende como la formación relacionada a los conocimientos y actitudes que permiten comprender el funcionamiento de la estructura política de nuestros territorios y participar activa, informada y responsablemente en los espacios de participación institucionalmente definidos como, por ejemplo, el proceso constituyente, las elecciones presidenciales. 

Ambos tipos de educación son fundamentales para desarrollar una reflexión permanente y autónoma que permita contribuir de mejor forma al desarrollo individual y comunitario. En este sentido, Ginwright y Cammarota (2002) señalan que, por lo general, los jóvenes suelen ser los “objetos de la política” en lugar de ser vistos como agentes de cambio que pueden dar forma a la política. De este modo, estos autores realizaron un estudio (2007) sobre los jóvenes afro africanos y latinoamericanos en EEUU, concluyendo que las organizaciones comunitarias, el asociacionismo,  entregan  oportunidades a todos los adolescentes para desarrollar un compromiso basado en la práctica cívica crítica. A partir, de estas investigaciones, los autores afirman que el compartir opiniones, redes y experiencias se desarrollan capacidades individuales y sociales. Dichas capacidades permiten luchar por la justicia social.

De esta forma, la conciencia crítica se refiere al proceso de desarrollo de tomar conciencia de la inequidad o la opresión y avanzar hacia la acción social. “La reflexión sobre sí mismo, sobre su tiempo, sobre sus responsabilidades, sobre su papel en la nueva cultura de la época de transición”, (Freire, 2013, p. 52).

Actualmente, varios problemas y desafíos globales afectan de manera desmedida a ciertas comunidades más que otras; las cuales podrían estar vinculadas con la religión, la orientación sexual, el origen étnico o la religión. En esta misma línea, Godfrey y Grayman (2014) afirman la relevancia de desarrollar una conciencia crítica, principalmente para los niños, niñas y jóvenes que integran estas comunidades más excluidas. No obstante, dicho estudio también destaca el beneficio de la conciencia crítica para todos los jóvenes.

Por otra parte, Thomas y sus colegas (2014) nos recuerdan que una mayor conciencia crítica entre las y los adolescentes está vinculada al desarrollo de la resiliencia. De esta forma, señalan que los jóvenes que tienen la capacidad de pensar críticamente sobre los problemas sociales y darles significado, pueden estar mejor preparados para enfrentarse de buena manera con el entorno. 

Por otra parte, otro estudio evaluó los vínculos entre la participación cívica y los problemas de comportamiento de los adolescentes –acoso, peleas físicas y consumo de alcohol y tabaco—, y si la participación cívica podría ser un moderador de los efectos negativos del desapego de los padres y la familia. Los resultados mostraron que los adolescentes que participan en asociaciones cívicas reportaron un poco menos de peleas y consumo de alcohol y tabaco, pero esta relación varía según el sexo, la edad, el desapego de los padres y la familia y la frecuencia de participación de los adolescentes (Vieno et al., 2007). 

Educar para la vida 

Es importante que los niños, niñas y jóvenes reciban educación sobre cómo convertirse en ciudadanos comprometidos. Por consiguiente, más que el conocimiento teórico sobre educación cívica o ciudadana, lo relevante es que los establecimientos educacionales fomenten las herramientas y los espacios que inviten a los niños, niñas y adolescentes a tener actitudes y aptitudes que no sólo aporten a una mejor Democracia y vida en comunidad, sino también al desarrollo de habilidades socioemocionales. En palabras de Paolo Freire: “la educación, o funciona como un instrumento que se utiliza para facilitar la integración de las jóvenes generaciones en la lógica del sistema actual y generar conformidad , o se convierte en la práctica de la libertad, el medio por el cual hombres y mujeres lidiar crítica y creativamente con la realidad y descubrir cómo participar en la transformación de su mundo”.