Esta etapa implica un enorme potencial y tremenda vulnerabilidad, siendo una oportunidad única para el desarrollo cognitivo, el lenguaje, las destrezas sociales y emocionales de todos los niños y niñas

¿A qué nos referimos con ´los primeros mil días de vida´? Es el tiempo que transcurre aproximadamente entre la concepción y el segundo cumpleaños, y es la etapa que más impacto tendrá en el resto de la vida de una persona. En este periodo, en el que el aumento en tamaño y la maduración del cerebro son más veloces que en cualquier otra etapa de desarrollo; la apropiada nutrición y un entorno favorable son terminantes en el desarrollo de las capacidades futuras de la persona para indagar y responder al mundo que le rodea.

Debido a la extensa evidencia científica sobre la relevancia de los primeros mil días para la salud y desarrollo emocional a largo plazo, se hace crucial señalar que es un periodo estratégico de prevención y salud pública. En este contexto, la nutrición es clave, tanto así que en el área de medicina maternoinfantil denominaron este periodo como los mil días de oro, para destacar la importancia de una buena salud y una correcta nutrición durante la gestación y los primeros meses del bebé.  A pesar de todo el conocimiento sobre la relevancia de esta etapa aún el desafío sigue grande: en todo el mundo existen al menos 150 millones de niños y niñas que padecen retraso en el crecimiento, y millones más están en peligro de padecerlo debido a una nutrición insuficiente (FAO, 2018). 

Durante estos primeros mil días, la familia tiene un rol crucial para que los niños y niñas puedan crecer de forma sana, equilibrada y desarrollando al máximo sus potencialidades. Al inicio de la vida, el ser humano es visiblemente dependiente a otros y otras para su supervivencia; y no sólo durante los nueves meses de gestación, sino también en los primeros años de la infancia. 

A pesar de los cambios que se han generado en la sociedad y la estructura familiar, los cuidados de los bebés siguen siendo los mismos, agrupándose en las siguientes necesidades que se interrelacionan entre sí (López Sánchez, 2008): fisicobiológicas, como buena alimentación, higiene, sueño adecuado, protección de riesgos vitales y de salud; socioafectivas, como seguridad emocional, participación y autonomía progresiva; cognitivas, como estimulación sensorial, exploración física y social, compresión de la realidad. 

Los y las bebés nacen con tendencia y necesidad de generar vínculos con otras personas y necesitan de estos lazos para su desarrollo afectivo. Esta actitud es inherente y surge por la indagación de seguridad y refugio amoroso que el cuidador pueda entregar al recién nacido. El psicólogo John Bowlby (1958) elaboró la ´teoría del apego´, que se traduce en el vínculo emocional que genera el niño/o con sus cuidadores y que le entregan la seguridad emocional indispensable para un buen desarrollo de la personalidad. 

 ¿Cómo se crean esos vínculos?  Partiendo por resolver las necesidades fisicobiológicas, básicamente cuando un bebé llora es porque tiene sueño, hambre o alguna molestia, en este caso será la madre o padre de forma natural quien sea encargará de resolver la inquietud. No se trata de establecer estos vínculos con hazañas asombrosas sino todo lo contrario: se conquistan mediante la rutina y los cientos de gestos cotidianos amorosos. Es así cuando el bebé siente que es cuidado y es importante para alguien -de forma inconsciente y primaria- se vincula estrechamente con su figura de cuidado (Gerhardt, 2008). Esta relación afectiva es asimétrica y bidireccional, es decir el bebé necesita tener cerca está figura de cuidado y cariño, pero a la vez el padre y la madre también le da tranquilidad tener a su hijo/a solo a pocos pasos. 

El buen trato y cuidado durante estos mil días posibilita la confianza básica de estar en un entorno donde se le tiene en consideración y que se consigue mediante la experiencia continuada de ser cuidado y amado (Erickson, 1973). Esta confianza representa ser la mayor base para el desarrollo y crecimiento posterior. 

Respecto a las necesidades cognitivas, el feto en el periodo de gestación ya recibe estímulos de forma suave como luz, música y en especial la voz de su madre, posteriormente al nacer el mundo del bebé se convierte en cientos de estímulos como colores, ruidos, olores y texturas, los que piensan a ser descubiertos mediante los sentidos. Es así como en esta etapa de vida, el conocimiento del exterior se genera mediante las sensaciones, el movimiento y los sentidos. En esta primera indagación con el mundo, el bebé tiene una primera misión: reconocer si los estímulos vienen del exterior o interior -hambre, dolor, etc. De esta manera el niño/a avanzará hacia la toma de conciencia de sí mismo para ir diferenciándose del entorno. En el marco de las necesidades cognitivas en los primeros mil días son clave las rutinas que establece el cuidador hacia el niño/a y la constancia de los espacios donde se mueve y las personas con las que se vincula.  

Las recientes y cientos de investigaciones en neurociencia cognitiva van en la misma línea, exponiendo que el desarrollo cerebral y las emociones están claramente enlazados y que las figuras de los cuidadores tienen una gran atribución.  

Ahora no podemos ser indiferentes frente a la desigualdad de oportunidades en el desarrollo positivo para niños y niñas en sus primeros años de vida. Sobre esto y de manera categórica, Boris Cyrulik, el reconocido neurólogo francés y promotor del concepto de resiliencia señaló en una entrevista para El País: “La desigualdad social empieza en los mil primeros días de vida”.

Sin embargo, hay un estudio que da esperanzas para revertir la situación de niños y niñas que sufrieron desnutrición durante los primeros mil días llamado Young Lives – investigación antropológica que ha seguido la vida de niños y niñas en Etiopía, India, Perú y Vietnam durante 15 años. Algunos de los primeros miembros de Young Lives ahora están teniendo sus propios hijos/as, lo que entrega indagación sobre tres generaciones. Este estudio descubrió que los niños y niñas de un año que eran más bajos de lo esperado a menudo se retrasaron en la escuela a los ocho años y obtuvieron calificaciones más bajas en las pruebas cognitivas que sus contrapartes más saludables. Pero los niños/as que notaron un crecimiento de “recuperación” mayor de lo esperado -atrofiado en uno, pero recuperado a los ocho- tenían más posibilidades de estar en clases adecuadas para su edad a los ocho años y de tener puntajes cognitivos más altos que los niños que permanecieron relativamente bajos. En este sentido, los programas nacionales de alimentación de los países en donde se investigó han ayudado a los niños y niñas a recuperarse después de sufrir un retraso en el crecimiento como consecuencia de crisis, como la sequía y la escasez de alimentos.

Aun así, el desafío sigue siendo grande. La igualdad que tanto queremos se construye garantizando el bienestar e igualdad de oportunidades de todos los niños y niñas desde los primeros años de vida. Esta urgencia requiere de un trabajo colaborativo -sector público, academia, organizaciones internacionales, sociedad civil y sector privado- para encontrar planes, programas y políticas públicas que estén concentradas en los primeros días de vida de un niño/a, y enfocados en la estimulación, cuidado, buena alimentación,  protección de la violencia y aprendizaje. 

Bibliografía:

1. FAO. (2018). El estado de la seguridad alimentaria y nutrición en el mundo. 2020, de FAO

2. Torras Genís, Isabel (2020). Las necesidades de la primera infancia: los mil días de oro. Educación Social. Revista d’Intervenció Socioeducativa, 74, 17-3.

3. Rafael Pérez-Escamilla. (2013). Trayectorias de crecimiento posteriores a los 1000 días y desarrollo cognitivo infantil en países de ingresos bajos y medianos. 2020, de The American Journal of Clinical Nutrition

4. Marc Bassets. (2020). Boris Cyrulnik: “La desigualdad social empieza en los mil primeros días de vida”.