Un interesante estudio longitudinal (realizado a través de 9 años), publicado en la prestigiosa revista Psychological Science, demostró que existe una inesperado conexión entre los estados de ánimo y emocionales y el declive cognitivo que se asocia a envejecer.

Sabemos que la edad trae consigo una serie de problemas en nuestros sentidos, pero también en nuestra capacidad de procesar y almacenar información de nuestro entorno y nosotros mismos. El célebre científico español Santiago Ramón y Cajal en su libro “El mundo visto a los ochenta años”, presentaba como primer capítulo el tema de “las decadencias sensoriales” y más adelante “las traiciones de la memoria senil”. En estas profundas descripciones y reflexiones queda reflejado el gran dilema que los seres humanos comenzamos a experimentar con la llegada de la vejez; el inexorable avance del deterioro mental unido a la suficiente capacidad cognitiva para ser consciente de las implicancias y consecuencias de esta realidad. 

Ciertamente, uno de los procesos cognitivos que más notoriamente decae con la edad es la memoria, la cual tiende a seguir un patrón inverso de dificultad (se pierde primero las habilidades de recobrar recuerdos recientes por sobre los antiguos, la llamada Ley de Ribot), lo cual va generando una serie de problemáticas, primero triviales pero alcanzando en el algunos casos profundas alteraciones de la vida de una persona. 

Por muchos años se ha estimado el efecto protector (en salud mental y salud física) del llamado “afecto positivo”, es decir, de la tendencia a sentirse entusiasta, atento, orgulloso, activo. Sin embargo, ningún estudio lo había conectado al declive cognitivo, especialmente el de la memoria. Sorprendentemente, al concluir la investigación el equipo de académicos develaron  resultados muy potentes y significativos: El afecto positivo se asociaba con un menor deterioro de la memoria a lo largo de 9 años cuando los análisis controlaban la edad, el sexo, la educación, la depresión, el afecto negativo y la extraversión. En otras palabras, más allá de otras variables intervinientes, la emocionalidad positiva es un factor que protege y fomenta la salud cognitiva y, en particular, la memoria en su dimensión integral  (es decir, el recuerdo inmediato y tardío).

Estos hallazgos, develen una vez más la importancia del mundo emocional para las trayectorias de vida de las personas, enfatizando que la emocionalidad positiva es un importante objetivo a considerar en contextos tan amplios como educación y salud. ¿Cómo podemos como sociedad fomentar la emocionalidad positiva en nuestro país? Es un gran desafío a considerar.