¿Somos lo que decimos o lo que hacemos? Estudios recientes sugieren que la riqueza o diversidad de los vocabularios emocionales utilizadas cotidianamente por las personas pueden corresponder con sus experiencias emocionales típicas.

La necesidad de robustecer nuestro vocabulario emocional es vital para mejorar la calidad de nuestras relaciones. Porque poner en palabras una emoción es visibilizarnos:  implica expresarnos, defendernos y sintonizar con necesidades propias y ajenas, generando empatía y diálogos basados en la dignidad y asertividad. Pocas aptitudes son tan importantes en el día a día.

En el caso específico de los niños y niñas el vocabulario emocional permite generar competencias para ponerle etiqueta a la emoción actual, robusteciendo herramientas de expresión y de conocerse a sí mismo, aceptarse y quererse. En otras palabras, un aumento del vocabulario-emocional de los niños genera beneficios en todas las competencias socio-emocionales (Denham et al., 2003).

No obstante, sabemos poco sobre los repertorios de palabras de emociones naturales y si están asociados con el funcionamiento emocional o cómo. En este ámbito un gran reto es la estructura del vocabulario de las emociones se define con menos claridad que algo tangible –por ejemplo, un lápiz– o una característica perceptible – como es el caso de los colores. Los relatos funcionalistas del desarrollo de las emociones proponen una estructura jerárquica de categorías emocionales: formando una estructura de tres capas de categorías superiores –positivas o negativas—, básicas y subordinadas –diferenciadas y situacionalmente específicas (Fischer et al., 1990).

En este contexto, una investigación examinó los patrones de uso de palabras emocionales de niños, niñas y adultos con respecto a su convergencia y dimensiones semánticas subyacentes, y los factores que influyen en la facilidad de aprendizaje de palabras emocionales (Grosse, Streubel, & Gunzenhauser; 2021). En esta oportunidad, evaluaron la producción de palabras vinculadas a la emoción en niños de 4 a 11 años (N = 123) y 27 adultos (M = 37 años) mediante una prueba de viñeta. Los resultados arrojan que cuando los niños eran mayores producían más palabras de emoción. 

Además, con el aumento de la edad, el patrón de uso de palabras emocionales de los niños convergió con el uso de los adultos. El análisis de las dimensiones semánticas reveló un criterio claro, la diferenciación de las emociones positivas frente a las negativas, para todos los participantes de la iniciativa.  Por último, descubrieron que las palabras de emoción de cobertura amplia se producen antes y de una manera más adulta.

Otro reciente estudio midió los vocabularios de emociones activas en el habla natural generada por los participantes y examinó sus relaciones con las diferencias individuales en el estado de ánimo, la personalidad y el bienestar físico y emocional (Vine, Boyd & Pennebaker; 2020). El análisis se llevó a cabo mediante dos estudios. El primero, analizó los ensayos de flujo de conciencia de 1.567 estudiantes universitarios. Durante este ejercicio, los científicos encontraron que los y las alumnas que usaban, por ejemplo, más nombres para la tristeza se volvían más tristes durante el transcurso del experimento; las personas que usaban más etiquetas relacionadas al miedo se preocupan más, y la gente que utilizaban más nombres para la ira se enfadó más. “Es probable que las personas que han tenido experiencias de vida más perturbadoras hayan desarrollado un vocabulario de emociones negativas más rico para describir los mundos que les rodean” señala James W. Pennebaker, profesor de psicología en la Universidad de Texas y un autor del proyecto, “En la vida cotidiana, estas mismas personas pueden etiquetar más fácilmente los sentimientos matizados como negativos, lo que en última instancia puede afectar su estado de ánimo”.

El segundo ejercicio, examinó los blogs públicos escritos por más de 35.000 personas. Los resultados arrojaron hallazgos consistentes de que la riqueza del vocabulario de las emociones se corresponde en términos generales con la experiencia. 

En otros términos, los vocabularios más amplios de emociones negativas se correlacionan con más angustia psicológica y una peor salud física. Por otro lado,  los glosarios de emociones positivas más extensos se vinculan con un mejor bienestar y salud física. 

En este escenario, podemos preguntarnos lo siguiente:  ¿puede el estado de ánimo influir en la capacidad de las personas para producir mensajes verbales humorísticos? Parece que sí. Un nuevo estudio confirma que el estado de ánimo positivo aumentaba la capacidad de las personas para generar contenidos verbales más creativos, humorísticos y elaborados (Forgas & Matovic; 2020). 

Para alcanzar estas conclusiones, los participantes del estudio vieron videos positivos, neutrales o negativos, luego produjeron subtítulos verbales para adaptarse a cuatro imágenes de dibujos animados diferentes. Sus mensajes fueron calificados por su creatividad, humor y elaboración por dos evaluadores capacitados, y también se registró la latencia de procesamiento para producir cada mensaje. Los resultados mostraron que el estado de ánimo positivo dio como resultado mensajes más creativos y divertidos, y que este efecto fue mediado significativamente por diferencias inducidas por el estado de ánimo en las estrategias de procesamiento de información. 

Al igual que los anterior, los resultados se interpretan como apoyo a las teorías recientes que relacionan el afecto con la cognición, y se consideran las implicaciones teóricas y prácticas de los hallazgos para la comunicación verbal cotidiana.

¿Somos nuestras palabras?  Todos estos estudios apuntan a que las palabras con las expresas tus emocional desvelan tu salud mental y bienestar. Todo somos historia: cada uno de nosotros y nosotras generamos distintos tipos de narraciones. En la salud mental, las palabras sí importan.