Marta, madre de 3 hijos, refiere en consulta sentirse agobiada, cansada, colapsada por todo lo que se encuentra viviendo. Señala que su vida es una confusión muy grande entre el teletrabajo, el miedo al virus, las demandas domésticas y sobre todo la misión de supervisar el proceso escolar de sus hijos. Intenta, mantener todo en orden sin descuidar ninguna función en esta verdadera vorágine de requerimientos y tele – tareas de todo tipo. Sobre síntomas más concretos describe la irritabilidad, insomnio y ánimo depresivo. Concluye diciendo que quiere que sus hijos tengan un año escolar lo más normal posible y que no pueden relajarse por estar en casa, aludiendo a que no se concentran, olvidan cosas mínimas, están desmotivados y muy desobedientes. 

El caso de Marta, en distintas medidas, se está repitiendo en muchos hogares producto del escenario actual, donde confluyen muchos espacios intersubjetivos en un solo lugar. Padres que intentan hacer su mejor esfuerzo en que todas las cosas funcionen e hijos intentando conectar psicológicamente con un mundo que cambió en demasía.

Realmente el grupo etáreo  que mayormente experimentó una modificación en su contacto con el mundo social, es el que representan niños y adolescentes en etapa escolar. El juego, las conversaciones, los recreos y las caminatas de regreso a casa no solo eran parte de la rutina diaria, sino a su vez parte importante de su desarrollo psicológico y del proceso de identificación con los grupos de pares (García – Ortiz, 2012).

Acompañar este cambio en el contexto donde se desenvuelven niños y adolescentes y ajustar algunas pautas en el hogar aparece como una necesidad y un desafío para los padres que están a cargo del ítem cumplimiento de las labores. En este sentido el pediatra español Carlos González al comienzo de la pandemia señaló que “hay que ser más permisivos con la infancia mientras dure el confinamiento”, sugiriendo que algunos lugares de la casa queden abiertos al juego y que “el confinamiento infantil es difícil pero no necesariamente gravísimo si se toman algunas medidas”. Por último señala que la necesidad de jugar y hablar con otros niños es la principal necesidad, por lo que buscar las formas análogas para hacerlo es crucial. 

Por otro lado, existen casos de una sobre adaptación a la cuarentena, lo que Patricia Crittenden definió como “niños perfectos” describiendolos como niños que siempre cumplen con lo requerido sin cuestionamientos y sin errores. Esto podría parecer ideal en tiempos de Pandemia, sin embargo podría tratarse de una “madurez” atemporal y forzosa que puede esconder necesidades encriptadas y una negación de la identidad propia.

En este escenario parece adaptativo y funcional que experimenten cambios en relación a lo mostrado pre pandemia, como desobediencia, cambios de humor, cambios en el apetito y dificultades para concentrarse y motivarse. Les falta algo fundamental en estas etapas del desarrollo y adaptarse a esto no resulta sencillo (Escobar y Cardemil, 2020). 

Entonces la invitación es a estar muy alerta a las experiencias infantiles en estos tiempos, intentar conversar acerca de lo que necesitan, flexibilizar pautas rígidas de exigencia y negociar espacios físicos y psicológicos para fomentar nuevas rutinas que sean más adaptativas a los nuevos contextos físicos, sociales y familiares. Permitir el error, favorecer la expresión de emociones y abrir canales de comunicación que alienten a priorizar en conjunto cuáles son los temas más relevantes para cada integrante del grupo familiar.