Para la mayoría de las personas las cosquillas no son más que una demostración de afecto y no pensamos en este fenómeno en términos neurológicos y psicológicos. No obstante, un reciente estudio demostró por primera vez en la historia de la ciencia que la risa puede ser el resultado de la estimulación de la corteza somatosensorial. 

Primero comenzamos por lo básico. Según el diccionario de la Real Academia Española la definición de cosquillas es “excitación nerviosa acompañada de risa involuntaria, que se experimenta en algunas partes del cuerpo cuando son tocadas ligeramente”. Pero, para tratarse de algo tan trivial, las preguntas más simples sobre las cosquillas resultan ser difíciles de responder, por ejemplo: ¿por qué no podemos hacernos cosquillas nosotros mismos? ¿por qué reaccionamos con carcajadas o caras de desagrado?  La complejidad de estas reflexiones movilizó las neuronas de varios grandes pensadores de la historia como Sócrates, Darwin y Aristóteles.

Que te hagan cosquillas es una circunstancia rara y difícil de clasificar, pues es algo divertido, pero a la vez incómodo, tan así que en la Edad Media esta acción era utilizado como técnica de tortura. Aunque, para las y los científicos saben que este acto de risa produce regularmente una sensación placentera, gracias a la dopamina, un neurotransmisor clave en el sistema de recompensa del cerebro. 

Una investigación reciente ha puesto el acento en que las cosquillas no sólo generan múltiples sensaciones a los seres humanos, sino también a los animales. Los investigadores Shimpei Ishiyama y Michael Brecht, de la Universidad Humboldt de Berlín, decidieron investigar sobre cómo se producía la risa en las ratas, especialmente si estas podían ser provocadas por cosquillas. ¿Cuál fue la reacción de los roedores al recibir este tipo de caricias?  Mostraron “espasmos de alegría”, así como carcajadas ultrasónicas, un hecho que se reveló en las capas más profunda de la corteza somatosensorial.  Hasta antes de este estudio, los integrantes de la ciencia creían que esta región era solamente capaz de procesar la sensación de cosquillas, pero estas recientes afirmaciones han demostrado que también puede accionar otros comportamientos vinculados, como la risa.

Igualmente se percataron que las ratas sentían más cuando el estímulo era en el estómago, un poco menos en la espalda y casi nulo en la cola. Lo que entrega huellas sobre la conexión anatómica que puede existir frente a la reacción de las cosquillas. 

Sólo con buen humor y sin ansiedad 

El estudio también encontró un claro vínculo entre la sensibilidad y el estado de ánimo, porque cuando las ratas fueron ubicadas en una plataforma, o expuestas a luces altas, situaciones que se saben que causan temor a los animales, no respondieron a las cosquillas. Por ende, concluyeron que no pueden hacerle cosquillas a las ratas cuando no están de buen humor, algo que también ocurre para las personas. Este descubrimiento apunta a que los factores como el estado anímico o la comodidad física y mental pueden afectar la susceptibilidad. Además, expone el hecho de que las cosquillas pueden ser una experiencia positiva cuando nos las hace una persona cercana, mientras que si nos las hace un extraño pueden resultar incomodas. 

Entonces, concluyen que el córtex somatosensorial no sólo responde a estímulos táctiles, sino también a estados emocionales como la ansiedad. Según Brecht en una entrevista señaló lo siguiente “tal vez la sensación de cosquillas es un truco del cerebro para hacer que el juego y la interacción con otros sean gratificantes”.

¿Por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos?

Siéntate, sácate los zapatos y los calcetines y acaríciate la planta del pie con las plumas, ¿qué sientes? Lo más probable es no experimentes nada.  Frente a esto, Brecht dijo que esto sucede porque “la inhibición asociada con el toque propio previene el cosquilleo”. Como se ha descubierto y asociado que la respuesta humana al cosquilleo es bastante parecida, esto representa que nosotros tampoco asociamos ningún tipo de “autotacto” con la sensación de cosquilleo y, por lo tanto, no tenemos la misma reacción que cuando alguien más nos hace cosquillas. Por otra parte, vinculamos las cosquillas con un “ataque” amoroso, por ende, este gesto conduce la interferencia de los impulsos opuestos de escape y cercanía.

La motivación tras la investigación 

Según la hipótesis del equipo de la Universidad Humboldt, las cosquillas son uno de los caminos que hemos generado para estimular el contacto y la interacción social, algo vital para nuestra como especie y el resto de los animales. 

Frente a esto, uno de los investigadores, Ishiyama, comenta que estos hallazgos han hecho avanzar no sólo los estudios sobre la alegría y risas entre ratas, sino entre todos los mamíferos, incluyéndonos, ya que el humano como sujeto de estudio sobre este fenómeno es más incómodo, porque tenemos emociones más complejas. Para este científico la ciencia se ha concentrado mayoritariamente en analizar y descifrar las emociones negativas, pero añade que poner la lupa en el vaso medio llena podría arrojarnos más pistas sobre qué y cómo es la felicidad humana.