Según diversos estudios, una madre que está excesivamente estresada durante el periodo de gestación puede generar efectos a largo plazo en la afectividad y cognición del niño o niña. ¿Qué tanto afecta el estado emocional de la madre en el embrión? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de “programación fetal”? 

Desde antaño que se pensaba y comentaba que el estado emocional de la madre gestante podría afectar al feto, incluso la teoría de que la ansiedad o el estrés materno durante el embarazo puede perjudicar el neurodesarrollo del bebé es vieja, sin embargo, recién en las últimas dos décadas se han elaborados estudios para comprobarla y entender los mecanismos por los que se generan aquellos efectos.   

¿A qué nos referimos cuándo hablamos de “programación fetal”? Según Soledad Coo, psicóloga e investigadora de Centro de Apego y Regulación Emocional señala: “es un término que viene de la literatura médica para identificar cómo las conductas -en términos de hábitos saludables o no- de las mujeres embarazadas afectan al desarrollo de sus hijos/as en gestación”. Lo más conocido en esta línea es el efecto de consumo de sustancias como el alcohol y drogas, la alimentación y el deporte, que pueden influir, por ejemplo, en la edad gestacional o el peso del niño/a al nacer. En esta misma línea está lo ocurrido durante el “Invierno del hambre en Holanda”, periodo que se conoce como la única hambruna extendida en los países bajos durante los inviernos de 1944-1945, cerca del final de la Segunda Guerra Mundial; caso que fue objetivo de estudio para Zena Stein y Mervyn Susser, ambos epidemiólogos, sobre cómo la nutrición prenatal afecta en el desarrollo de los países en desarrollo, concluyendo que los niños y niñas que habían sido afectados por la hambruna en el periodo de gestación tenían predisposición levemente mayor a la obesidad al alcanzar la edad adulta.

Pero cuando hablamos de “programación fetal” no podemos dejar de lado las consecuencias del estado emocional de la madre embarazada sobre el hijo/a. “Se llama ´programación´ porque esto indica que el impacto del entorno intrauterino -ya sea lo que consume la madre como por las hormonas del estrés que pueden circular en el torrente sanguíneo- es permanente, es decir programa o afecta al sistema nervioso del niño/a que se va formando; esto implica que el impacto o efecto es fijo, no pasa con el tiempo”, señala Soledad. 

¿Cómo afecta la ansiedad de la madre en el niño/a en desarrollo? Hay varios estudios independientes que muestran que una amplia variedad de formas de estrés prenatal puede tener efectos a largo plazo en el resultado conductual y cognitivo del niño/a. Los estudios en animales han demostrado que el estrés prenatal, además de afectar el comportamiento, también puede reprogramar la función del eje Hipotálamo – Pituitario – Adrenal (HPA) en la descendencia (Glover V., O´Connor T. & O’Donnell K.; 2016).

Las alteraciones en que produce el estrés en animales son distintas, porque no sólo están vinculadas a los trastornos de conducta o emocionales para contener alteraciones cognitivas y neurológicas y conductas sexuales atípicas. Por ejemplo, en los experimentos hechos a ratas se registró que el estrés prenatal puede afectar el desarrollo físico y psicomotor de las crías, como las conductas de indagación ante situaciones nuevas y en contextos de estrés, y en común toda su conducta sexual y social. En particular, los hijos de ratas estresadas durante el embarazo mostraban menos interés en explorar en una situación nueva ( Deminiere, J.M., Piazza, P.V., Guegan, G., Abrous, N., Maccari, S., Le Moal, M., & Simon, H.; 1992).  “Estudios en humanos no permiten este tipo de procedimientos, obviamente, pero si existen investigaciones hechas en circunstancias de desastres naturales, que implican alto estrés para las mujeres embarazadas – y población en general- muestran que los niños y niñas nacerían con un temperamento más difícil, es decir más reactivo y podrían tener mayor riesgo de desarrollar síntomas de salud mental en el futuro”, añade Soledad. 

Los principales análisis prospectivos sobre el efecto de la ansiedad materna en la conducta del niño/a han arrojado una asociación relevante entre la ansiedad materna en el tercer trimestre y las alteraciones de conducta y problemas emocionales en la primera infancia. Hay una analogía directa entre el estado de ánimo materno y la conducta fetal revisada en ecografías a partir de la semana 27 o 28 de la gestación. En esta línea existen más de catorce estudios prospectivos independientes que han hallado una relación entre la ansiedad materna prenatal y alteraciones cognitivas, conductuales y emocionales en los hijos e hijas (Van den Bergh B., Mulder E., Mennes M. & Glover V; 2005).

Uno de los estudios más contundentes es ALSPAC (Avon Longitudinal Study of Parents and Children) debido a su exactitud en el seguimiento, y que ha demostrado el efecto tan a largo plazo que tiene la ansiedad durante el periodo de gestación sobre el desarrollo del niño/a. Esta investigación se inicia en 1992 y continua hasta la fecha, implicando el seguimiento de una multitud de embarazadas y sus respectivos hijos/as en el estado de Avon en Inglaterra. Lo que ha arrojado este estudio es que la ansiedad de la madre en la semana 32 genera problemas graves de conductas en los niños/as. Por ejemplo: en los hijos/as de 4 años este tema se asoció con hiperactividad y déficit de atención -asunto que no ocurrió con la depresión posparto (O’Connor, T. G., Heron, J. & Golding, J.; 2002); el efecto a los 7 años era parecido al registrado en la etapa anterior; luego, en la adolescencia se observa que presentan una mayor impulsividad y una menor puntuación en las escalas del WISC, es decir, un menor cociente intelectual. 

Las consecuencias de estos descubrimientos son variadas y exigen un cambio de paradigma:  anteriormente se planteaba -aún en algunas doctrinas- que los entorpecimientos obstétricos era una causa de problemas mentales futuros, hoy se pone sobre la mesa que son en realidad secuela de un trastorno afectivo o de ansiedad prenatal ( Glover V, O’Connor, 2002).

“Ahora, algo interesante de los estudios con ratones es que se vio que las crías expuestas a cortisol en la gestación, cuando se ponían al cuidado de una mamá rata adicional sin cortisol -más sensible- se podría hipotetizar que se regulaban más”, explica Soledad, “Nunca al nivel de las crías no expuestas a cortisol, pero mejor que las siguieron bajo el cuidado de una madre estresada (con cortisol). Llevando esto a las personas todo esto podría indicar que los cuidados sensibles pueden ayudar que los niños y niñas se regulen, a pesar de que su temperamento sea reactivo y le cueste más manejar sus emociones”. Ahora es importante destacar la multidimensionalidad de este asunto vital para la crianza, porque una madre estresada es muy difícil que conecte y entregue una preocupación sensible a su hijo/a. 

Por eso, es urgente avanzar hacia programas y políticas públicas que acompañen de forma integral a la madre desde los comienzos de su embarazo, y de esta manera poder entregar herramientas y conducir procesos para la buena salud -física y psicológica- de ambos.