La juventud es sinónimo de cambios, es un periodo marcado por procesos de maduración física, social y psicológica; además, de representar el inicio del viaje rumbo a la autonomía e identidad de la persona. Por ende, es clave en esta etapa de la vida enseñar estrategias de regulación emocional para un desarrollo óptimo.

Intensidad, incertidumbre, contradicciones, autoconocimiento, son algunos rasgos característicos de la adolescencia, etapa intermedia de crecimiento entre la niñez y la vida adulta, marcada por los diversos cambios que esta fase conlleva tanto a nivel físico como psicológico. Las edades que deberían integrar este periodo varían según la etnia, pero según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la adolescencia contempla la época de vida entre los 10 y 20 años de edad.

Esta etapa se destaca especialmente por periodos de inestabilidad e intensidad, siendo necesario la existencia de un ambiente social que sea tolerable y flexible como para permitir reacciones emocionales espontaneas. Frente a esto, Carola Pérez,  Doctora en Psicología Directora del Centro de Apego y Regulación Emocional (CARE – UDD) señala: “En la adolescencia el cambio implica tener experiencias “nuevas”, diferentes en naturaleza y/o intensidad. Por ello, contar con estrategias o ser capaz de regular exitosamente las emociones que estas nuevas experiencias involucran favorecen el desarrollo”. En términos simples, podemos entender la regulación emocional como la capacidad de iniciar, mantener e inhibir la expresión de emociones y conductas acorde al contexto y la situación.

En ese sentido, investigaciones sobre las experiencias emocionales de las y los adolescentes señalan que tanto su intensidad, persistencia y frecuencia de las emociones es diferente de la experimentada por niños, niñas y los adultos.  Por ejemplo, al comparar esta etapa con la infancia dado el funcionamiento cognitivo más desarrollado de los adolescentes, los hitos que gatillan respuestas emocionales ya no solo se ubican en el presente, sino que también pueden encontrarse en el pasado o el futuro anticipado; por último al comparar este periodo con la adultez, los adolescentes tienen experiencias más intensas, por ejemplo, es más frecuente que experimenten emociones negativas y sus estados emocionales sean menos estables o persistentes (Rosemblum,  & Lewis, 2006).

Además, hay dos procesos fundamentales que se suman a esta etapa de vida: la autonomía y la identidad.  Respecto a la primera, durante la niñez las figuras más importantes son los cuidadores, como el padre y la madre, en cambio en la adolescencia es una etapa que acontece fuera del contexto familiar, como con amigos/as y/o pareja.  “En cada uno de estos contextos, se llevan adelante acciones y/o establecen interacciones con otros que pueden generar emociones que deben ser canalizadas adecuadamente para potenciar el desarrollo”, señala Carola.

En esta misma línea Carola Pérez comenta que hay una investigación reciente (Shulman, 2016),  sobre el desarrollo cerebral en los adolescentes que da cuenta de un desbalance del desarrollo de circuitos neuronales relacionados a la búsqueda de recompensa y aquellos que tiene relación a la autorregulación, siendo estos más tardíos. Todo esto, ubica al adolescente en una condición propicia para tomar conductas de riesgo. Frente a este escenario es necesario atender al joven respecto a sus emociones para que no se vea sobrepasado por ello, siendo ineludible regular la expresión de éstas, negociar y mantener relaciones interpersonales en presencia de las emociones intensas, es así como todas estas habilidades le permitirán transitar de forma más exitosa por estas situaciones.

Sobre la identidad, durante la adolescencia a la persona se le presentan multitud de opciones para construir su propio relato de vida; cuando el adolescente da cuenta de estas alternativas es cuando comienza a explorar su entorno, gustos, género, relaciones íntimas, entre otras.  “Para que el joven desarrolle un sentido coherente y estable sobre su individualidad, requiere un proceso de autoconocimiento activo que le permita distinguir entre quién es de verdad y quién desea ser, considerando tanto sus potencialidades como sus limitaciones”, explica Carola Pérez, “En este sentido, para el desarrollo de una identidad es central que los jóvenes logren separar las experiencias emocionales momentáneas de su identidad, que puedan identificar de sí mismos lo que permanece de forma estable”, agrega. En este proceso es clave que los adolescentes puedan manejar sus emociones en presencia de otros y otras, y que distingan las consecuencias para sí mismos y del resto.

Respecto a la adolescencia en Chile nos encontramos frente a varios desafíos que deben ser abordados desde la psicología, y específicamente desde la regulación emocional. Por ejemplo, según la Encuesta Nacional de Salud (2016-2017) indica que 14,4% de adolescentes y jóvenes (15 a 24 años) indica haber presentado consumo riesgo de alcohol en los últimos 12 meses; por otro lado, según un estudio de la Organización Panamericana de la Salud (2014) señala que en Chile el suicidio es la tercera causa de muerte en las y los jóvenes (10 a 25 años).

Sobre esto, existe basta literatura internacional (ie: Aldao, Gee, De Los Reyes y Seager, 2016; Gratz, Weiss y Tull, 2015; Berking,  Wirtz, Svald y Hofmann,  2014) y nacional (Caqueo-Urízar, et al., 2020), que señala que la regulación emocional es un elemento clave en el desarrollo y sustento de trastornos mentales en la adolescencia. “Por lo tanto, si vemos las cifras en Chile -como consumo de alcohol y drogas y taza de suicidios en esta etapa de la vida- podemos ver cómo se están manejando las emociones en la adolescencia en el país”, dice Carola.

Frente a todo este desafío de educar en las emociones y la relevancia de las relaciones positivas en la adolescencia y otras etapas de la vida, urge avanzar en que esto es un reto y tarea multisectorial, en que, por supuesto la familia tiene un rol mayor como entorno y núcleo cercano, pero que también compete a otros ámbitos como es el sistema educacional, en donde los programas de educación emocional debiesen tener un mayor protagonismo para la entrega de herramientas para enfrentar la vida.