Este último tiempo hemos visto como la desigualdad moviliza a América Latina. Todo este proceso histórico siempre ha sido analizado desde un ámbito social y económico. Por lo mismo, hoy queremos poner el foco en cómo la inequidad afecta la salud mental. 

Hace unas semanas la encuesta “Un año del COVID-19” – elaborado por la consultora internacional Ipsos para el Foro Económico Mundial- se tomó la agenda pública y mediática. Esta iniciativa fue realizada en 30 países e incluyó mediciones de más de 21.000 partícipes. De acuerdo a este estudio Chile estaría entre los países en los que más se ha estropeado la salud mental durante la pandemia, tomando como referencia el estado de las personas hace un año. Frente a esto, para nosotros/as -como profesionales de Sociedad Chilena para el Desarrollo Emocional- es importante destacar que la medida en salud mental debe separar entre la molestia general y los síntomas clínicos, es decir, pese a que tenemos claridad que hay una vasta bibliografía sobre los efectos negativos que genera esta crisis sanitaria en la salud física y mental de las personas, creemos que la investigación de estas consecuencias debe ser meticulosa y ocupar metodologías validadas.  Pese a esto, en Chile tenemos que abordar articuladamente grandes desafíos en esta materia. De hecho, según estadísticas procedentes de la Encuesta Nacional de Salud (ENS, 2017) llevada a cabo por el Ministerio de Salud (Minsal), alrededor de 6,2% de la población padece un cuadro de depresión y, por otro lado, se encuentra entre los países miembros de la OCDE con mayores tasas de suicidio con una tasa de 13,3 por 100.000 habitantes (OCDE, 2013).

Sin duda la actual crisis social, política y sanitaria en América Latina ha sido analizada desde múltiples aristas relacionadas a la historia, economía, sociología y ciencias políticas. En el caso de Chile y la gran mayoría de los países de la región,  la desigualdad es parte de la historia y uno de sus principales desafíos a la hora de construir el presente y el futuro. Desde ahí,  queremos poner el foco y la mirada sobre cómo la inequidad afecta la salud mental.

¿Qué tan desigual es Chile? Según una investigación del PNUD (2017), denominado “Desiguales: orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile”, profundizó en el análisis más completo que se ha realizado sobre esta temática. En esta investigación se muestra que existe una configuración que implica distribución de recursos, una institucionalidad, un marco normativo y uno legal que le da forma a esta distribución altamente desigual de ingresos y de representación política, como ejemplo, se indica la concentración de la riqueza: el 1% de la población acumula el 25% de la riqueza generada en el país. Otro dato relevante de esta publicación es que la gran mayoría de las personas siente un maltrato sistemático en el ámbito laboral, vía pública y sobre todo hacia los adultos mayores, y que todo esto afecta en cómo nos configuramos como sociedad. Por esto mismo, la desigualdad en el país tiene consecuencias directas sobre el bienestar social, físico, emocional de sus habitantes.

En este contexto, ¿la desigualdad afecta la salud mental? ¿Será simplemente coexistencia que en Chile tenemos paralelamente malos índices de salud mental y de distribución de ingresos? Diversos estudios han mostrado que mientras más desigual -económica y socialmente- es una comunidad, más precaria será la salud mental de la misma. 

Según Richard Wilkinson y Kate Pickett, dos epidemiólogos con residencia en Londres, en su libro Desigualdad (2009), argumentan que la alta desigualdad de ingresos en países se correlaciona con una peor salud física, niveles más altos de violencia y economías menos productivas. Luego,  en una publicación posterior estos autores trabajan aún más este argumento enfatizando que las sociedades desiguales también están afectadas psicológicamente, puesto que sus habitantes sufren más de ansiedad, estrés crónico, depresión, adicción y trastorno bipolar.  Además, muestran una alta correlación entre los diferentes patrones nacionales de desigualdad de ingresos y la adicción al juego, problemas de comportamiento en la niñez, trastorno bipolar e incluso “sesgo de autoestima”.

En esta misma línea, cuando se ha estudiado la desigualdad y sus efectos económicos, se ha reflexionado y llegado a la conclusión que el bienestar de los países no obedece simplemente del crecimiento económico, ya que la distribución del ingreso también juega un papel relevante. La desigualdad económica conduce a un deterioro en las relaciones sociales, en el capital humano y en la salud de sus ciudadanos (Wilkinson, 2011). No obstante, ¿cómo se vincula la desigualdad y salud mental? Según profesionales de la Universidad de California y la escuela de Salud Pública de Harvard (Berkman, Kawachi, & Glymour, 2014), señalan que es una sociedad con inequidad viven personas con poco acceso a la salud y malas condiciones de vida, lo que genera un aumento en los indicadores de salud mental y física del país.

Las comunidades con mayor inequidad generan más ansiedad, vergüenza, depresión y otras emociones negativas. Además, en las sociedades con más desigualdad hay menos movilidad social, por ende, el querer salir adelante y que no estén las condiciones del medio para lograrlo genera una frustración constante y debilitamiento de los lazos sociales. 

A todo esto, se le suma otra inequidad: la dificultad de acceso de salud mental en nuestro país y el poco presupuesto destinado a este ítem por el Ministerio de Salud.  Mientras el gasto en salud mental en los países de la OCDE ha ido en aumento y simboliza entre el 5% y 18% del gasto total en salud, en Chile no alcanza la mitad del mínimo establecido por la Organización Mundial de la Salud, puesto que apenas se contempla en salud mental cerca de 2,2% del presupuesto total de salud.

Frente a esta situación, urge avanzar y ver el tema de la salud mental desde una perspectiva macro, es decir, como parte de un sistema social y económico. Al mismo tiempo, es importante formar profesionales de la salud mental que defiendan y promuevan el bienestar integral de las personas, que conciban que el trabajo psicológico va más allá de la práctica clínica o individual e incorporen un enfoque comunitario en sus intervenciones.