Varios estudios han descrito como la soledad es un factor riesgo para la salud mental y física. Por lo mismo, las relaciones estrechas, el apoyo social y el cuidado son necesidades fundamentales para el ser humano.

Los vínculos con otras personas son elementales para nuestro desarrollo en todas las etapas de la vida. Como seres sociales, los humanos tenemos una necesidad básica de relacionarnos con personas significativas y pertenecer a una comunidad. 

No es lo mismo estar solo, que sentirse solo. Por el contrario, la soledad puede aparecer con intensidad, aunque se esté rodeado de vida. En otras palabras, este sentimiento no implica que haya un aislamiento social objetivo, sino se define como una vivencia personal de falta de conexión con los demás, tanto en cuanto a la cantidad de relaciones sociales como la calidad de éstas.  “La soledad es la discrepancia entre el número y la calidad de los vínculos que se desea y los que realmente se tienen” así lo explica Olivia Remes, especialista del Instituto de Salud Pública de la Universidad de Cambridge, en un artículo publicado en “The Conversation”. 

Hay muchos estudios globales que vinculan el incremento de la depresión con el deterioro de las relaciones sociales. Con la ausencia de cohesión entre las personas, de sentido de pertenencia, de generar vínculos en el barrio, de identificarte con un grupo social, de soñar y concretar metas comunes, entre otras cosas.  Uno de los grandes desafíos de los problemas mentales -e incluso físicos- es estar aislado. Por ejemplo, según un metaanálisis, la soledad incrementa el riesgo de muerte prematura tanto como fumar o tener 45 kilos de sobrepeso  (Holt-Lunstad, Smith, Baker, Harris & Stephenson, 2015). 

Las relaciones sociales son elementales para el mantenimiento de la salud y la falta de ellas a menudo se correlaciona con sentimientos de soledad (Doane y Adam, 2010). La soledad, a su vez, se ha relacionado con niveles más altos de estrés.

Aunque la soledad ahora se reconoce como un problema importante de salud pública, aún hay mucho que descifrar y debatir sobre cómo abordarla en los distintos momentos del arco de la vida. 

La soledad en la niñez y adolescencia: causas y consecuencias 

La soledad no es un sentimiento único de las personas mayores.  En un estudio cuantitativo de 4.227 adolescentes de entre 13 y 19 años, los científicos del Instituto Noruego de Investigación Social (NOVA) analizaron el alcance de los problemas de salud mental entre los adolescentes. En esta iniciativa, examinaron a los jóvenes con y sin amigos cercanos en quienes confiar y encontraron que una proporción significativamente mayor de los que no tenían un amigo cercano informaron tener síntomas depresivos que aquellos con amigos cercanos. De modo relevante, más de 1 de cada 3 niñas, sin un amigo cercano, informó haber experimentado síntomas depresivos (Hartberg y Hegna, 2014). 

A fines de la década del 60, el pediatra y psicoanalista británico Donald W. Winnicott publicó uno de sus artículos más reconocidos: “La capacidad para estar a solas”. En este trabajo, el autor se propone hacer una revisión de la habilidad individual para estar a solas, iniciando de la hipótesis de que esta capacidad constituye uno de los signos más importantes de madurez dentro del desarrollo emocional.  Según Winnicott,  la madre tiene un rol importante, al proveer al niño/a los elementos de realidad con que construye la imagen psíquica del mundo externo. En esta línea crea el reconocido concepto “la madre suficientemente buena”,  para explicar los mínimos imprescindibles para que el niño o niña madure adecuadamente. Pese a la época de esta teoría, es importante destacar que, no se exige que la madre actúe siempre a la perfección. Revisemos por qué.

Las primeras semanas de vida de un bebé se destacan por la falta de capacidad para diferenciarse de su madre. Para que el niño se desarrolle adecuadamente, la mamá ha de cumplir una función de sostén físico y emocional: ha de alimentarlo, limpiarlo, vestirlo,  protegerlo, abrazarlo y contenerlo.  A través de este soporte amoroso ofrecido por la cuidadora, el niño se aproxima al bienestar, amor y comprensión, es decir, aprende a sentirse seguro. Por ende, si esta etapa se ha llevado a cabo de forma adecuada, el hijo/a podrá enfrentar la transformación paulatina de separación de la madre, a través de la cual se establecerá como un ser independiente y diferenciado de ella.

La madre no ha de ser perfecta, solo suficientemente buena. En otras palabras, ha de estar presente y atenta a las demandas físicas y emocionales del niño. Sin embargo, como ser humano que es, fallará en ocasiones, y esto es normal. Sobre esto Winnicott, lo describe como la introducción gradual de alguna frustración para que así, el niño/a, pueda elaborar un adecuado y sano vínculo de sí mismo y sus recursos con el exterior. Las consecuencias perjudiciales para el bebé aparecen cuando la madre falla de manera persistente en atender y dar sostén al niño/a. 

El vínculo con personas significativas y la pertenencia a grupos sociales es vital para el óptimo desarrollo cognitivo y afectivo del niño/a y del adolescente. La ausencia de relaciones de calidad, puede provocar malestar, aburrimiento, emociones positivas reducidas,  vivencias de aislamiento, entre otras sensaciones. Igualmente, cabe destacar que la soledad en la niñez y la adolescencia tiene secuelas negativas para el bienestar y la salud mental en etapas posteriores de la vida.

Si la soledad se robó el protagonismo en la relación madre-hijo, es muy probable que, ese niño/a en el transcurso de su vida se aferré a ese sentimiento, porque es eso lo que lo vincula fuertemente con ella.  Como decía el psicoanalista escocés William Ronald Dodds Fairbairn (1945), en igualdad de condiciones todas las personas buscamos generar conexiones intimas con otros, por ende, nadie escogería una relación asociada al dolor. No obstante, si ese tipo de sentimientos marcó la pauta durante la niñez, es muy probable que exista una tendencia a aferrarse a ellos.

En esta misma línea, Harry Harlow fue un psicólogo estadounidense que durante los años 60 estudió en el laboratorio la teoría del apego y de la privación maternal de Bowlby. Para ello, generó un experimento con monos que bajo los estándares éticos de hoy sería irrealizable por la brutalidad que implicaba. 

Lo que Harlow hizo fue, esencialmente, separar a algunas crías de monos de sus mamás y estar a la mira de qué manera se manifestaba su privación maternal. Pero no se limitó solo a observar inactivamente, sino que en este estudio introdujo dos artefactos para saber e interpretar que sentían estas crías: uno de estos era una estructura de alambre con una mamadera llena, y la otra era una figura similar a un mono, tapizado con tela suave, pero sin alimento. Harlow quiso generar ese dilema de elegir entre la comida o la calidez del contacto. El resultado le dio la razón a Bowlby. Las crías mostraban una clara predisposición a estar aferrados al muñeco de tela, a pesar de que no entregaban alimentos. 

Un grupo de investigación (Yamamuro et al., 2017), ha reconocido las subpoblaciones particulares de células cerebrales en la corteza prefrontal medial -una región clave del cerebro que regula el comportamiento social- que resultaron necesarias para la sociabilidad normal en la edad adulta y que, además, son profundamente vulnerables al aislamiento social juvenil. La investigación llevada a cabo mediante ratas, indica específicamente de comportamientos sociales y tiene una alta sensibilidad al contexto en donde se desarrolla el individuo.

¿La buena noticia? Los resultados arrojaron que mediante la estimulación de estas neuronas lograron revertir las dificultades y alteraciones de la sociabilidad. 

“Mediante la estimulación del circuito prefrontal específico en la edad adulta, pudimos rescatar los déficits de sociabilidad causados por el aislamiento social juvenil”, dice uno de los autores del estudio. 

El entorno del niño y del adolescente deberá estar alerta de las vivencias de soledad y de sus consecuencias negativas en las emociones y las conductas. Es muy importante tener la preocupación de fomentar el desarrollo habilidades socio emocionales y las capacidades de conectarse emocionalmente con otros. Esta entrega y contexto, como sabemos, es fundamental para sostener una vida plena y en comunidad.   

Referencias: 

1.  Kazuhiko Yamamuro, Lucy K. Bicks, Michael B. Leventhal, Daisuke Kato, Susanna Im, Meghan E. Flanigan, Yury Garkun, Kevin J. Norman, Keaven Caro, Masato Sadahiro, Klas Kullander, Schahram Akbarian, Scott J. Russo, Hirofumi Morishita. A prefrontal–paraventricular thalamus circuit requires juvenile social experience to regulate adult sociability in mice. Nature Neuroscience, Aug. 31, 2020; DOI: 10.1038/s41593-020-0695-6

2. Hartberg S. y Hegna K. (2014). Hør på meg – Ungdomsundersøkelsen i Stavanger 2013. Norsk institutt forskning om oppvekst, velferd og aldring, NOVA Rapport 2/2014. http://www.hioa.no/Om-HiOA/Senter-for-velferds-og-arbeidslivsforskning/NOVA/Publikasjonar/Rapporter/2014/Hoer-paa-meg

3. Holt-Lunstad J, Smith TB, Baker M, Harris T, Stephenson D. Soledad y aislamiento social como factores de riesgo de mortalidad: una revisión metaanalítica. Perspectivas de la ciencia psicológica . 2015; 10 (2): 227-237. doi: 10.1177 / 1745691614568352